No hay guerra justificada / P. Fabricio Dávila Espinoza

Columnistas, Opinión

La guerra es un tema que nunca deja de tener relevancia y actualidad, mucho más hoy, que el mundo está acuciado por el peligro de una nueva conflagración mundial. 

A diferencia de otras especies vivas, el ser humano tiene la capacidad de preguntarse sobre la validez moral de las acciones que realiza. Alrededor de estas cuestiones y de sus respuestas se entrelazan imaginarios, creencias, calificativos o afirmaciones que hablan de la legitimidad o de la innecesaria realización de ciertas actividades. 

Dada la coyuntura actual, cabe preguntar y responder con honestidad ¿qué aspectos podrían demostrar que una guerra puede considerarse justa? 

San Agustín (354-430), en los inicios del medioevo, siendo parte una comunidad que predicaba el amor y al mismo tiempo tenía que auto-defenderse como institución, lo cual parecía contradictorio a su esencia, prefería la paz, aunque sentía que en algunas ocasiones era necesario acciones bélicas para llegar a este objetivo. Esta es una dolorosa contradicción presente hasta el sol de hoy. 

Siglos después, Santo Tomás de Aquino (1224-1274), en su obra la Suma Teológica, menciona tres causas para justificar acciones bélicas: el interés público de la ciudad, del reino o de la provincia; la justa causa y la recta intención de los combatientes. Más tarde, la noción de la guerra justa adquirió importancia en la política de Europa, gracias a Francisco de Vitoria (1483-1546), quien plantea la legitimidad de las confrontaciones, no simplemente defensivas, sino también ofensivas, porque a su criterio, no podría existir paz y seguridad si no se mantiene al enemigo a raya. 

Hugo Grocio (1583-1645), reconocido en la historia por sentar las bases del Derecho Internacional, en su obra Sobre el derecho de la guerra y la paz, se refiere a la legitimidad de la movilización armada, cuando tiene como objetivos alcanzar o reestablecer la paz o la vida social tranquila como fines últimos del hombre. 

El ser humano ha probado más de una vez que existen condiciones en las que no funciona la racionalidad. Al contrario, la irracionalidad lleva a la violencia desde tiempos inmemoriales. Teóricamente, la guerra encontrará más de una justificación. Pero en la práctica, nada borra el llanto de niños que en su inocencia no saben de geopolítica; no hay razones que expliquen el éxodo masivo de poblaciones buscando sitios seguros fuera de su casa; como tampoco existe una o varias tesis que argumentan la necesidad de implantar una sombra de destrucción y la muerte para que después venga la calma.

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