Navidad en dos sabores 

Columnistas, Opinión

En esta época, la navidad tiene una dualidad profunda y humana: se siente un sabor agrio y dulce que se mezclan en el mismo brindis. Esta mezcla, lejos de ser una contradicción, es la experiencia más honesta de estas fechas.

El agrio es innegable, se refleja en las sillas vacías y la sombra de quien ya no está, el vacío que el tiempo no ha logrado llenar del todo. Reconocer este sabor no es debilidad, es la prueba de un amor que perdura, de vínculos que la ausencia física no rompe., porque quienes se fueron aún habitan en nosotros. Su sabiduría, sus gestos, sus enseñanzas, han moldeado las personas que somos hoy. Su huella es la brújula que a menudo consultamos sin darnos cuenta. En ese sentido, no están completamente ausentes, se han transmutado en memoria viva, en parte constitutiva de nuestro presente.

El dulce está en la mano que podemos estrechar hoy, en la risa que estalla en la mitad de la mesa recordando anécdotas de la infancia, en la complicidad de una mirada en esa misma mesa con quienes aún están presentes en nuestra vida. Ese abrazo cálido y las manos que preparan los alimentos de la cena.

Esta Navidad, reflexiva nos convoca a un equilibrio delicado. Honremos a los ausentes recordándolos con amor, pero honrémoslos aún más viviendo plenamente con los presentes. No malgastemos el tiempo que sí tenemos en el lamento por el que se fue. Convirtamos el agrio de la pérdida en la gratitud por lo vivido, y el dulce de la compañía en un compromiso activo. Al final, el verdadero espíritu navideño podría residir precisamente ahí, en el valor de abrazar con ternura ambas realidades, y elegir, con deliberación, celebrar la vida que palpita aquí y ahora. Es el legado más fiel que podemos custodiar y ofrecer. (O)

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