¡NADA! QUE NO DICE NADA… / Guillermo Tapia Nicola

Columnistas, Opinión

Ante el impacto, me pregunto ¿si será posible que, el segundo intento, se muestre suficiente como para que un “individuo de la especie” pueda sentirse liberado y hasta inocente “de polvo y paja” como dice el vulgo?

Con sinceridad, no tengo respuesta y prefiero no imaginarme una, porque finalmente puede resultar insuficiente a la hora de saciar la sed de verdad y la necesidad de justicia que -una buena parte de ecuatorianos- todavía mantenemos atoradas en la garganta.

Siendo sensiblemente generoso, huelga decir que a veces, los procedimientos y las decisiones judiciales se perciben inexplicables y rebasan la cordura de una sociedad que espera una sanción ejemplar, de mano firme, en contra de quien ha delinquido y abusado -no solo de la confianza de todo un pueblo sino también de su patrimonio- y sin embargo, con movimientos calculados y exabruptos, abandona el rincón de la condena para aspirar otros aires y reír a “mandíbula batiente” de espaldas al sufrimiento y clamor de un país digno de mejor suerte.

Y claro. A renglón seguido surgen otras interrogantes y la asignación de responsabilidades y culpabilidades por los hechos acontecidos que, con sutileza y rigor extremos, casi que pasan inadvertidos, a no ser, por el despliegue publicitario de “héroe sin capa” que acostumbran realizar, porque gustan de ser considerados como protagonistas, sin importar de qué o para quien.

Y entonces, algunos dicen que es culpa de los jueces, otros señalan a los fiscales, unos cuantos a los políticos y los demás a las leyes, a las Cortes y a los gobiernos de turno. Es una suerte de justificación injustificable, arrimada a la diáspora.

Entrampados en los señalamientos, somos incapaces de advertir que -por naturaleza- solamente exigimos, pero, a la hora de implementar las normas, tendemos, bien a exagerar las penas o, a quedarnos tan cortos que, frente a delitos execrables, aquellas terminan siendo insuficientes, independientemente de que, nuestra natural y habitual generosidad, hace que se incluyan primero “todos los descuentos”, “las rebajas” y “los méritos a convenir”, antes que la magnitud del delito y los deméritos a corregir.

Finalmente, se dictamina un tiempo (X) para guardar prisión, pero los ajusticiados no pasan de estar allí dentro y bien atendidos, un período igual a (X-(X/2)), y de inmediato -como ya ha ocurrido antes y ahora- son conducidos a sus domicilios para que disfruten de una estancia adicional, hasta que puedan exhibirse a plenitud y volver a sus andanzas o a sus fechorías.

Qué lejos están para nosotros las fronteras de las naciones en las que los tribunales y los jueces, cuanto los jurados, no dudan en dictaminar condenas de por vida y agregar sanciones pecuniarias que son efectivamente recaudadas.

Mientras tanto, hacemos castillos en el aire y terminamos gastando -por anticipado- el dinero que se llevaron y que aún no recuperamos.

Somos, fantasiosamente incorregibles con el dinero público, tanto que, poco importa echar abajo una ley, con tal de satisfacer la pasión y venganza; y, agregar de yapa, una nueva obligación de gasto que supere cualquier expectativa y “para colmo”, no cuente con financiamiento, pero eso sí, que lleve adherida la etiqueta de atención urgente e inaplazable… a toda costa.

Me he convencido que -a veces- la realidad y la responsabilidad no nos dicen nada. 

El entorno dejó de aportarnos ideas o por lo menos, la inquietud y, ante este hecho -cuestionable, por cierto- nos mantenemos en la sinfonía pautada del Tango intitulado Nada… porque ya no dice, ni pasa nada. 
Ni aquí, ni allá. Mientras uno sale, otro entra. Al final saldrá también.

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