Montalvo Descontextualizado / Pedro Reino Garcés

Columnistas, Opinión

Vayamos por un sendero escabroso, por donde no habrán de salir los panegiristas del adulo y la lisonja ante la remembranza de quien vivió enojándose de quienes no reaccionaron ni han reaccionado nunca a sus sentencias libertadoras que fustigaban a los opresores de la Patria.

Tenemos algunas opciones como receptores  de los mensajes o las arengas montalvinas. Supongamos que nos interesan sus arremetidas contra los tiranos. Él empezó lanzando dardos en el siglo XIX pensando en que podíamos reaccionar. Pregunto: ¿Le hemos correspondido? ¿Somos los tungurahuenses los herederos de sus lecciones al pueblo? ¿Somos los que cantamos y cantamos desde mediados del siglo XX: “De Juan Montalvo la herencia conservamos, de ser  rebeldes, altivos y valientes”? No nos podemos quejar de no haber tenido el arma de la democracia  y la teoría de sus Catilinarias o de la Mercurial Eclesiástica. Pero hemos hecho todo lo contrario en los cien años del siglo XX; y sin ir muy lejos, en los últimos procesos electorales; porque en Tungurahua siempre han triunfado los que Montalvo los hubiese vuelto a calificar de tiranos, canallas, de tontos, de mediocres y de ladrones del erario nacional. Me afirmo en esto para enfocar mi tema de remembranza en un Montalvo descontextualizado por y en sus rememorantes.

Supongamos que estamos hablando  con mucho entusiasmo a las piedras, a los ramajes caídos y a otros deshechos de los tiempos pasados y presentes. Así mismo se sentía Montalvo a mediados de los 1800, más desesperado aún sintiendo el cadáver de su pueblo muerto: “El  pueblo ecuatoriano no necesitaba libertad porque no pensaba; no necesitaba el aire porque no respiraba; duraba como una piedra, no vivía como pueblo”. Esto es lo que dijeron sus amigos en Francia en 1926, cuando fueron a colocar la lápida en la casa donde había vivido y donde murió en el exilio. 

Otro sería este discurso si ahora tuviera que hablarles de Montalvo en esta presente patria enferma de odio y de mentiras. Montalvo prefirió gritarles desde el exilio a donde emigró por su seguridad. Con su propia furia tomada de sus libros, cómo no recordarles  a los integrantes de la Asamblea Nacional, a los miembros del gabinete presidencial, a los integrantes de las cúpulas de las sectas de oportunistas que integran los partidos políticos, a los mercenarios de la “libertad de expresión” y a quienes respaldan con toda suerte de armas, las falacias y las trampas del poder para beneficio de los de siempre.

¿Valdrá la pena hablar de libertad frente a un pueblo que no piensa? 

Pero Montalvo quería tener un pueblo, no esa masa indiferente  que vivía acomodada a la obediencia de sus explotadores. ¿Cuál era ese pueblo ecuatoriano que él buscaba? Quería un pueblo vivo porque el pueblo entre el que le tocó vivir, y del que le tocó huir, estaba muerto y del cual solo quedaba “un esqueleto rechinante”. Entonces, si somos fieles a los principios del Maestro, primeramente tenemos que  darnos cuenta si quienes quieren rememorar sus lecciones, están vivos, porque caso contrario, se ha de dar cuenta desde ultratumba que quienes le oyen serán actualizados “esqueletos rechinantes” sonajeros de las oligarquías, con estadísticas actualizadas, porque en los tiempos de Montalvo se decía que hay “un perverso por cada diez hombres” ironizando que esto era “mucho honor para el género humano”. ¿Cómo estarán ahora las estadísticas del puñado de cínicos que manejan y se burlan de sus rebaños de cínicos idiotizadores?…

Con estos preliminares aspiro a penetrar en el tema de estas reflexiones que se me ha propuesto para hablar  frente a oyentes y a los nuevos maestros, responsables de reivindicar o de anular las furias del Genio montalvino, a los 191 años de su nacimiento y a los 134 años  de su muerte.   Montalvo siempre será un espíritu descontextualizado, porque empezando por su propia tierra natal, más reverencias se han hecho a su momia que a su palabra vivificante; hay más demagogia que herencia pragmática de su rebeldía. En una palabra: hay más culto a sus calzoncillos que a su espíritu rebelde olvidado en sus libros.

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