MALICIAS / Mario Fernando Barona

Columnistas, Opinión

Bien conocido es que los viejos de antes educaban con mano dura. Una sola mirada del padre o la consabida chancleta de mamá bastaban para ponernos en horma, en casos más extremos, debíamos bailar al son de unos buenos correazos o crecíamos en altura gracias a orejas y patillas bien estiradas. Salvando excepciones, que las hay, en general estos y muchos otros que fueron parte del repertorio disciplinario no nos provocaron traumas, infelicidad o complejos, solo aportaron a nuestra formación como personas de bien, por lo que padres, abuelos y más ascendientes no eran malos, es solo que la disciplina de antaño dejaba la nalga roja.

En política hay algo parecido y se llama “malicia”: una autoridad (por lo general el presidente) que también opta por impartir disciplina con mano dura y reprender con firmeza no es malo, pero puede entenderse que actuaría con malicia al ejercer su autoridad con atrevimiento, energía y coraje. Por eso, si “malicia” quizá suena avieso, hay que verla desde la connotación de la disciplina férrea y el buen juicio. De ahí que suele decirse que no está mal que el político decente a veces actúe con un poco de malicia.

El prófugo Rafael Correa supo aprovechar muy bien esa ‘malicia’ mientras fue presidente de la República al evidenciar un estilo de liderazgo imponente, radical y autosuficiente cautivando a miles de seguidores que vieron en él a un “verdadero presidente”. El asunto es que desde el primer día este individuo convirtió la malicia buena en mala hasta hacerse realmente malvado al punto de ordenar perseguir, encarcelar, secuestrar y según dicen incluso matar a quien ose criticarlo. Se insufló tanto de malignidad que no tuvo el menor empacho en declarase formalmente dictador al anunciar a los cuatro vientos que él era el jefe de todos los poderes del Estado. Y mil ejemplos más.

El presidente Guillermo Lasso tendrá todo, pero le falta malicia, es demasiado noble e íntegro como para tener esos alcances y lamentablemente en política, sobre todo en la nuestra, es vital ser más que el abogado, el diablo, considerando además que sin malicia (de la buena) la ingobernabilidad se lo come vivo. Por eso es imprescindible, no solo por su gestión política sino sobretodo por el bienestar ciudadano, que se atreva a desafiar el status quo con una ruidosa patada al tablero y sí, extralimitándose con uno que otro correazo y tirón de orejas. Solo así su nombre retumbará en la historia como el presidente que se fajó y nos sacó de una degradación política, social y económica sin precedentes.

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