Los nuevos robots biológicos / Ing. Patricio Chambers M.

Columnistas, Opinión



No cabe duda que el avance de la tecnología actual alcanza fronteras difíciles de predecir, de hecho la invención de los nuevos robots biológicos constituye una muestra clara de ello.

En uno de los últimos números de la revista The Economist, recoge el trabajo de dos investigadores: Joshua Bongard de la Universidad de Vermont y Michael Levin de la Universidad de Tufts en Massachusetts quienes junto a sus colegas han diseñado micro robots orgánicos a partir de células biológicas no modificadas.

Con ello han logrado algo que se acerca mucho a la definición biológica de un organismo, pues estos “xenobots” tienen la capacidad de comportarse de manera autónoma y además contienen tipos de células que están especializadas para realizar diferentes roles.

No superan el milímetro de ancho, pero pueden moverse y realizar tareas simples, como empujar pequeñas masitas en un plato. Siendo éste el inicio de “bots” que derivados de las propias células de una persona podrían, por ejemplo, inyectarse en el torrente sanguíneo para eliminar la placa de las paredes de las arterias o para identificar el cáncer.

También se está pensando en construir enjambres de ellos para buscar y digerir los desechos tóxicos en el medio ambiente, incluidos pedazos microscópicos de plástico en el mar.

Según lo explican sus creadores para el diseño emplearon un programa de computadora del tipo algoritmo evolutivo, es decir creando representaciones virtuales de miles de arreglos de celdas que podrían lograr una tarea particular.

Luego probaron esos arreglos, utilizando lo que se sabe sobre la biofísica de las células a fin de determinar la idoneidad para realizar la tarea en cuestión. Se seleccionó las versiones más prometedoras para formar la base de miles de arreglos celulares más y luego repitió el proceso hasta que algo encajaba correctamente para el propósito surgido.

Una vez hecho esto, se construyó el patrón utilizando técnicas microquirúrgicas para dar forma a los grupos de células de la manera que dictaba dicho patrón.

Lo que llama poderosamente la atención es que los grupos de “bots” colocados en un plato pudieron trabajar colectivamente, moviéndose en círculos y reuniendo los gránulos en pilas ordenadas, como si tuviesen una conexión entre sí y respondiesen a una suerte de “inteligencia colectiva”.

Este último aspecto recuerda a lo afirmado por la filosofía clásica, en el sentido de que más allá de toda expresión física y energética existe una inteligencia que conduce la vida de todos los seres, desde los más pequeños hasta los infinitamente grandes.

En fin, una vez más la ciencia se enfrenta a sus propias limitaciones por lo que será necesario desarrollar nuevos trabajos en la misma dirección para descubrir la causa raíz del movimiento de todo organismo. Además de resolver cómo las células pueden ser construir cuerpos complejos y funcionales, lo cual permitiría por ejemplo reparar órganos.

Evidentemente tales investigaciones tendrán que echar mano del conocimiento universal y de la filosofía para entender y explicar estos misterios de la vida. (O)

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