La vileza maldita de Nabokov / Esteban Torres Cobo

Columnistas, Opinión

En la magnífica novela “El ruido del tiempo” de Julian Barnes, se narra el episodio tenso y humillante que experimentó el gran compositor ruso Shostakóvich en un visita a Nueva York como parte de una delegación soviética del régimen de Stalin a un encuentro internancional. Y se entiende, desde la perspectiva del humillado, una situación en la muchas veces todos hemos estado de uno u otro lado. Del que sabe que hace daño y del que se encuentra acorralado.

Su agrio interpelante en esa visita fue otro compositor ruso, aunque ciudadano norteamericano en ese entonces, Nicolás Nabokov, primo del célebre escritor, Vladimir Nabokov. Y Nabokov, sabiendo que Shostakóvich era un rehén del miedo y del poder soviético que lo tenía al borde del suicidio y del colapso mental por décadas y que, en esa visita, no era más que un florero cultural para la tiranía stalinista, confrontó el carácter de aquel ciudadano asustado con el del genio musical que sabía y vivía internamente la tragedia de que la música y el arte en Rusia ese momento no era más -o no debía ser más- que la prologanción del Gran Partido.

Luego de una ponencia prearmada por el escritorio político, Shostakóvich atendió preguntas en aquella visita a internacional. Allí, Nabokov le hizo preguntas con el único fin de humillarlo públicamente y presentarlo como un animal domado por el poder. El compositor, acorrallado, no tuvo más que corresponder a lo que podía hacer frente a la situación en la que se encontraba. No hubo compasión por parte de Nabokov.

Barnes, novela muy bien este sentimiento. “A fin de demostrar la falta de librtad individual bajo el sol de la Constitución de Stalin, no le importaba sacrificar una vida individual. Porque era lo que estaba haciendo: si no quieres saltar por la ventana, ¿por qué no metes la cabeza en esta soga que hemos trenzado para ti? ¿Por qué no dices la verdad y mueres?. (…) Qué poco comprendían, incluso quienes com Nobokov habían vivido durante un breve tiempo bajo el poder soviético. Y con qué petulancia volverían a sus acogedores apartamentos neoyorquinos, contentos por haber dedicado una buena jornada de trabajo a fomentar la virtud y la libertad y la paz del mundo.”

“Que no habían captado el hecho más simple sobre la Unión Soviética: que aquí era imposible decir la verdad y seguir viviendo. Que se figuraban que sabían cómo operaba el Poder y querían que lo combatieses como creían que harían ellos en tu lugar. En otras palabras, querían tu sangre. Querían mártires para demostrar la maldad del régimen. Pero el mártir tenías que ser tú, no ellos.”

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