La sedición como herencia colonial / Pedro Reino Garcés

Columnistas, Opinión

No es muy difícil entender lo que está pasando en el Perú y en nuestros pueblos débiles de espíritu cívico, porque somos víctimas del caudillismo mañoso que tiene armado un orden establecido para defender y defenderse desde el poder. Para entender la sedición conviene primero saber quiénes son los que manejan un orden que se dice, está establecido, puesto que el sedicioso “es el que con artes y mañas, engaña o persuade con fines lícitos o ilícitos a otra persona a hacer o no hacer una cosa…” (Diccionario Jurídico, Guillermo Cabanellas, 1979).

En mi experiencia, esta palabra es carne de las legislaciones coloniales. Sumisión, obediencia, lealtad, fidelidad, sometimiento incondicional era lo que pedía la corona española a sus vasallos, funcionarios, encomenderos, virreyes, y toda suerte de subalternos que tenían que manifestarse hasta besando las aldabas de las puertas de sus superiores, cuando no los encontraban en persona para demostrar su sometimiento. Quienquiera que ocupara un rango inferior en una escala burocrática, no podía rebelarse ante un superior porque podía ser calificado de sedicioso, destructor de jerarquías que muchas veces eran vistas como son, acomodos del poder. Recordemos como ejemplo al padre del inca Garcilaso de la Vega, de quien se ha dejado constancia de que su fidelidad no duraba más de tres horas.

La sedición sería buena cosa, como dice el diccionario, cuando se busque fines lícitos; en cuyo caso  aparece la rebelión como método libertario. Pero los sediciosos siempre han ido por el camino contrario; es decir, se vuelven tales para sacer ventaja de sus fines ocultos poniendo como escudo las leyes que respaldan su poder; en muchos casos, elaboradas por miembros de sus propios grupos históricamente beneficiarios. Muchos de estos métodos es lo que llamamos constitucionalistas y democráticos.

Quiero comentarles que la sedición en nuestras repúblicas actuales, está evidente y ha sido ocultada por la historia, cuando se decidió nombrar al primer virrey del Perú a Blasco Nuñez de Vela. Vinieron por una parte los llamados Oidores, digamos como funcionarios judiciales, y por otra parte el Virrey, como representante del Ejecutivo. Llegado el  Virrey a Nombre de Dios y luego a Portovelo un 10 de enero de 1544, empezó pues el Virrey desde Panamá a confiscar el oro de los que pasaban del Perú a España, “por decir que era el precio de los esclavos vendidos. Allí mismo dio libertad a muchos esclavos peruanos, marcados con el hierro de sus señores, y los hizo regresar a sus países”. Esto quiere decir que estaban vendiendo indios. Se sabe que desde ahí empezó la rivalidad y controversia con los Oidores, que se disputaban el poder ejecutivo con el judicial, bajo el argumento de quién es quién.

Los que vamos a ver es que, quienes se convirtieron confabuladamente en sediciosos, fueron los jueces al decir del Virrey: “El Rey me ha proveído de un joven, de un necio, de un loco y de un ignorante; porque los tengo por tales a los cuatro oidores de Lima; y entendía por joven a Cepeda, por necio a Zárate, a Álvarez por loco, y por ignorante a Tejada”. Ellos también se defendieron diciendo que el Virrey había resultado un rígido, inflexible e imprudente. Dadas las circunstancias de la historia, los jueces planearon y apresaron al Virrey y decidieron mandarlo de regreso a España.  Podemos verlos como un primer tetravirato o gobierno interino que llegó al poder como un relámpago en esta tormenta de ambiciones.

En Lima la gente estaba con susto ante la presencia de parte y parte de los enviados del Rey, que fueron los Oidores y Núñez de Vela.  Y se ha escrito que tomaron partido por el Virrey, pidiéndole que se apresurase a posesionar del cargo y de la ciudad. La historia dice que Núñez de Vela “Entró a Lima, como el más odiado y aborrecido entre los hombres”. Encima, le llegaron los Oidores y se puso a pelear con ellos. También llegó Vaca de Castro y a este, lo metió en la cárcel de la ciudad “donde solo se metían a los reos de baja esfera, por el delito de haber hecho volver al Cusco a los que venían con él, y por haber dado allá Cédulas de repartición de Indianos, sabiendo que ya él estaba señalado por Virrey”. He aquí la primera pugna de los tres poderes del Estado.

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