LA ESPADA DEL POPULISMO / Mario Fernando Barona

Columnistas

El populista (tanto el político mentiroso como el ciudadano que a sabiendas que le mienten lo consiente) centran su atención única y exclusivamente en el escenario político de la espectacularidad, que superficial e inocuo, es altamente eficaz porque reparte esperanza y convence. Y es que en ambos casos los populistas valoran en alto grado los cantos de sirena y las falsas promesas.

Lo llevan practicando con gran éxito Cuba, Venezuela y Nicaragua por muchos años y ahora último casi toda América Latina. El caudillo populista encandila la mente del ciudadano populista con dádivas y discursos de soberana reivindicación y listo, lo tiene a su merced. Tanto así, que el caudillo populista puede darse el lujo de ser lo más ineficiente, corrupto y autoritario posible, como en efecto sucede en todos los casos, que el ciudadano populista lo va a pasar por alto mientras le sigan ofreciendo un mejor mañana.

Eso mismo ocurre en el Ecuador pero al revés. No tenemos presidente populista, pero sí ciudadanos populistas que extrañan vivir en populismo, por eso, no ser populista fue el más grande error del presidente Guillermo Lasso a quien se le olvidó dejar de ser empresario y pasar a ser político lo cual, nos guste o no, implica en nuestro caso una dosis de populismo, rodeándose primero, de un equipo altamente eficiente y alejado de cualquier atisbo revolucionario; segundo, eliminando de raíz a todo funcionario correísta de empresas y organismos estatales; y tercero, y tal vez lo más importante, arremetiendo con fuerza y decisión con las dos anteriores sin medias tintas ni actitudes timoratas para que el ciudadano populista vea y sienta que “ahora sí tenemos presidente”… populista, pero presidente al fin, porque recuerde que a aquel no le interesa si el mandatario arroja excelentes o pésimos resultados o si es de derecha o izquierda, lo único que realmente aprecia es la política convertida en show.

En menos de dos años de gobierno Lasso obtuvo mejoras sustanciales y transformaciones enormemente exitosas en los planos económico y social, pero olvidó por completo el político que fue finalmente el que lo llevó a la ruina ¿por qué? porque el ciudadano populista no obtuvo lo que esperaba, porque su pecado fue gobernar como estadista en un país atestado de populistas, porque pensó que la política es igual de respetable que la libre empresa y porque prevaleció su testarudez frente a las incontables advertencias de arrojo populista que le exigíamos los ciudadanos no populistas.

Y sí, este es un país ingobernable que por ingobernable requería de un líder que hunda la espada del populismo en los corazones populistas de miles de ecuatorianos. Lasso no lo hizo, y a estas alturas, seguramente regresará el ahora huido populista mayor a empuñar dicha espada y a dar clases de lo que debía haberse hecho, y entonces, como por arte de magia, se volverá un país gobernable porque reinará solo la voz del dictador.

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