Julio César Trujillo / Esteban Torres Cobo

Columnistas, Opinión



Es raro que un político en el Ecuador fallezca rodeado de buenos comentarios y de un aura celestial reservada para estrellas del deporte o artistas de renombre. Curiosamente, Julio César Trujillo falleció con ese privilegio. Y falleció ejerciendo el poder, a sus ochenta y más años, algo más raro y privilegiado.

Con su valentía, aciertos, pero también con ciertos errores y excesos será recordado como presidente del Consejo de Participación Ciudadana de Transición. Político curtido, supo administrar su tarea política y no fallar en su legado: desmontar la sólida y trabajada estructura del correísmo. La que parecería estar blindada por algunos años más.

Su reentrada en la escena política, sin embargo, le hizo bien a la democracia y al propio Ecuador. Recordó la necesidad de contar con los ancianos y de no descartarlos antes de hora.

Un experimento con una manada de elefantes demostró que, cuando los elefantes viejos fueron a propósito excluidos de un pacífico grupo y únicamente quedaron los elefantes jóvenes, se incrementaron los conflictos, las peleas y el grupo amenazó su propia subsistencia por el clima que se generó.

Por el contrario, cuando los elefantes maduros fueron reingresados al grupo volvió la calma y el equilibrio. Los elementos más antiguos aportaron en los elementos jóvenes, sin discutir su liderazgo, guía, paz y tranquilidad. Quizás esta es una de las razones por la que democracias más antiguas no han suprimido el Senado como un elemento de complemento a los impetuosos y vivaces congresos. (O)

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