Hernando de Cepeda. 1561 / Pedro Reino Garcés

Columnistas, Opinión

Estoy tratando de volver en mi memoria sobre los detalles de la Batalla de Iñaquito. Estuve del lado de las fuerzas del Virrey Blasco Núñez de Vela. Yo era primo de Santa Teresa de Jesús. Ellos fueron 9 hermanos, y muchos de sus familiares fuimos los que venimos y dejamos nuestras huellas por estos entornos de Quito.

 “cuando la joven Teresa  dio su adiós a las vanidades del mundo y se separó de su familia para entrar en el Monasterio de la Encarnación, ya sus hermanos mayores Hernando y Rodrigo, habían partido para las Indias; y luego que estuvo de monja, los siguieron Lorenzo y Jerónimo, Antonio, Pedro y Agustín (y Juana). En una palabra, todos sus hermanos de padre y madre cruzaron el mar…” (Familia de Santa Teresa en América, por M. M. Pólit, Publicado por Friburgo de Brisgovia (Alemania), 1905, B. Herder, Librero-Editor pontificio, p. 38. Y sigts. Pdf.)

“De la correspondencia de Santa Teresa se deduce que pasó muchos años sin tener noticia cierta  y directa de sus hermanos, mientras estuvo de monja de la Encarnación, debiendo esta angustiosa incertidumbre servir de acicate a su fantasía y corazón para trasladarse a estas apartadas comarcas en busca de los suyos. Y como ya entonces alcanzaba de su Esposo Jesús los más estupendos favores, llegó el día en que le fue concedido el visitar en espíritu  a su hermano más querido Lorenzo de Cepeda, domiciliado en la ciudad de Quito, mirándole allí en su propia casa, rodeado de su mujer, hijos y servidumbre. Este hecho sobrenatural, que consta en el proceso de beatificación de Santa Teresa, la pone en relación  muy particular y tierna con aquella colonia incipiente, que fue la presidencia de Quito, y hoy es la república del Ecuador. Las cartas de la seráfica Madre a su hermano predilecto nos revelan a lo vivo sus más íntimos afectos…

“Me parece” escribe a su hermano que ya proyectaba volver a España, “he de tener alivio con tener a vuestra merced acá, que es tan poco el que me dan las cosas de toda tierra, que por ventura quiere nuestro Señor  tenga ése, y que nos juntemos entrambos, para procurar más su honra y gloria, y algún provecho de las almas…”

“Sabido es, en efecto, que en el a ñ o de 1561, cuando se afanaba por fundar su primer 
monasterio de carmelitas descalzas en Ávila, luchando, entre otras dificultades, con la falta casi absoluta de recursos, recibió una suma considerable de dinero, que le 
había enviado desde esa misma ciudad de Quito su hermano Don Lorenzo, ya enriquecido con sus encomiendas de indios.\ Cuánto consuelo nos da el recordar que la 
plata, allegada con el sudor y las fatigas de estos míseros indígenas recién conquistados, contribuyó eficazmente a una de las empresas que más habían de extender por el mundo el amor de Dios y de los hombres! Sí, con oro americano, quiteño, se comenzó la reforma de la orden del Carmelo, y se fundó el primer monasterio de la Descalcez carmelitana…

Trece años después, y al cabo de treinta y cuatro de separación, volvieron á reunirse Teresa y Lorenzo, y se dieron el más cariñoso abrazo fraternal en Sevilla, donde 
estaba oportunamente la santa Fundadora, venciendo mil   obstáculos á fin de establecer otro monasterio de descalzas, para el cual de nuevo sirvióle su hermano como el que más con plata y persona. Entonces fue cuando confió Don Lorenzo de Cepeda á su hermana la educación de su última hija Teresita, niña de nueve años no cumplidos, quiteña de nacimiento, que había de ser la primera carmelita americana.” Había regresado viudo porque murió su esposa Juana Fuentes y Espinoza (1573) nacida en Trujillo-Perú.

Lorenzo de Cepeda y Ahumada, fue Regidor del Ayuntamiento de Quito. Además de tesorero de cajas reales, cargo que luego dejó a su hermano Jerónimo. Participó pacificando a los indios de la Puná en la fundación de Guayaquil. Se le adjudicaron las encomiendas de Penipe, Quimiac, Chambo y Punín en Chimborazo. También Pintag y Tolontag.

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