HARVEY Y LOS POLÍTICOS CORRUPTOS / Mario Fernando Barona

Columnistas, Opinión

La noche del 18 de abril de 1955 el patólogo Thomas Harvey empuñó su escalpelo y realizó una incisión en forma de Y sobre el cadáver de Albert Einstein. Con el cuerpo aún caliente encima de la mesa, el doctor extrajo el hígado y los intestinos y halló casi tres litros de sangre en la cavidad peritoneal. A continuación abrió el cráneo con una sierra circular, extirpó el cerebro y se lo llevó a su casa.

Durante los siguientes cuarenta años, el destino del cerebro de Einstein se convertiría en una especie de leyenda. La historia del patólogo que había robado el cerebro del genio aparecía de vez en cuando en algún periódico local, sin que nadie conociera a ciencia cierta su paradero.

Lo sorprendente es que después de casi setenta años aún hay muchos vacíos en torno a este caso y a su protagonista de quien se dice que más que médico tratante era un investigador nato, y que por lo tanto, su propósito era justamente estudiar a fondo el órgano que le dio celebridad al genio. Como quiera que sea, incluso si aceptamos esta teoría de altruismo científico, es abusiva, arbitraria y deshonesta porque lo robó.

Sean las que fueren, jamás se conocerán las verdaderas razones que llevaron al médico a cometer semejante acto antiético y de irrespeto al legado del científico. Ahora bien, guardando las distancias, a diferencia de este delito (convertido en leyenda), los que se cometen a diario en el Ecuador -sobre todo en el manejo de la cosa pública- es obvio deducir que los realizan con el propósito de conseguir enriquecimiento y a la par impunidad, que es lo que efectivamente obtuvieron un montón de políticos hoy sentenciados, prófugos e investigados muchos de los cuales se dicen revolucionarios.

En el caso de Harvey se conoce que atesoró su botín por cuatro décadas guardándolo en un tarro de cristal de su cocina y que se obsesionó con él al punto de considerarlo un objeto sagrado al que debía protegerlo incluso con su propia vida. Diríamos, sin temor a equivocarnos, que casi enloqueció por su tan preciado trofeo.

Como podemos ver, los dos (Harvey y los políticos corruptos) tienen puntos en común y también importantes diferencias. A saber: los dos perdieron toda vergüenza; los dos se desquiciaron con su anhelada joya en manos; a los dos les importó poco o nada las consecuencias; los dos delinquieron con descaro y sangre fría; y, en los dos casos los objetos robados no son particulares sino el patrimonio de millones de personas. Sin embargo, allá por 1995 (no se sabe la fecha exacta) Harvey devolvió lo robado (aunque rebanado en 240 partes), murió en la pobreza y con su honor gravemente afectado; los políticos corruptos en cambio, se hacen millonarios, se fugan, no devuelven ni un centavo y aún cuentan con apoyo popular.

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