El racismo, ese mal que debemos combatir / Ing. Patricio Chambers M.

Columnistas, Opinión


Lo ocurrido en estos últimos días en los Estados Unidos, con la muerte de George Floyd mientras se encontraba bajo custodia policial, ha generado protestas contra la violencia racial en el mundo entero pues sin duda, el racismo es un mal que debemos combatir.

Cabe entonces hablar sobre sus causas y posibles soluciones a aplicar para la erradicación de una realidad que tanto afecta a nuestra sociedad.

Racismo es una actitud perniciosa hacia determinado grupo humano, y por desgracia existen muchos tipos de racismo en muy diferentes ámbitos, pero el más destructivo es aquel que impide a otros seres humanos realizarse como individuos en todas sus dimensiones.

Tal como lo señala el filósofo francés Fernando Schwarz en su artículo “El racismo, producto de la modernidad”: en todo tiempo ha existido la no aceptación, por lo que se puede hablar de una constante del comportamiento humano que incluso llega a manifestarse en el seno familiar. No en vano, todas las morales del mundo han insistido en la tolerancia y en una mayor comprensión del otro.

Cuando, por el contrario, tenemos una sociedad coherente las diferencias son consideradas como una garantía de dinamismo, de originalidad y de armonía; pues hay una conciencia de las diferencias, las cuales forman parte de la existencia cotidiana.

Sin embargo, muchas veces tras aparentes aperturas hacia lo diverso suele ocultarse sentimientos poco claros.

En este contexto, las diferencias son formalmente reconocidas y aceptadas, pero si por alguna razón surge un problema con ese otro, inmediatamente se pone de manifiesto un sentimiento adormecido y que temporalmente se lo mantenía sometido, estamos hablando de la tolerancia con la cual llegamos a soportar, pero en realidad no a aceptar a los demás.

De ahí que el racismo nace como efecto de la dificultad que una persona experimenta en aceptar al otro, rehusando, voluntaria o involuntariamente, a acoger una realidad distinta a la propia. Es bueno recordar que detrás de ello está nuestro mismo miedo y nuestros prejuicios.

Es cierto que cada persona es en sí un mundo diferente, pero no es menos cierto que nuestro común denominador es la Humanidad.

Además, todos respiramos el mismo aire, compartimos el mismo planeta, tenemos un mismo origen que es el origen de la humanidad. Nuestras estructuras físicas, psicológicas y espirituales son comunes, siendo esto la raíz que permite la unión en medio de las diferencias, las cuales existen para ser complementadas y no enfrentadas.

De cualquier manera, hay que ser muy prudentes con respecto a la homogeneización, pues ella también puede entrañar nuestra desaparición y destrucción.

Jorge Ángel Livraga solía decir que los seres humanos sólo somos iguales en el maravilloso hecho de ser todos distintos, y que esas diferencias no deben alejarnos sino unirnos, más allá de las formas pasajeras.

La diversidad cultural, religiosa o racial permite al conjunto desarrollar grandes capacidades, pues históricamente todos los grupos humanos han aportado con su parte a la experiencia humana. (O)

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