El paro más largo con el apoyo más corto

Columnistas, Opinión

El paro indígena de 2025 es, hasta ahora, el más largo de los últimos años: más de treinta días de carreteras cerradas, tensión y violencia. Sin embargo, también ha sido el menos apoyado. A diferencia de las paralizaciones de 2019 y 2022, que tuvieron un impacto nacional y pusieron a casi todo el país de cabeza, este último se concentró principalmente en el norte, con escasa adhesión en otras provincias y un creciente rechazo ciudadano.

El saldo es doloroso: tres fallecidos del sector indígena, decenas de heridos de los protestantes y de los miembros de la fuerza pública; detenidos; pérdidas millonarias y una fractura social que costará tiempo reparar. 

En muchas comunidades, comerciantes y transportistas fueron obligados a cerrar sus negocios o bloquear las vías. Ahora, se limpia las carreteras donde hay hasta vehículos quemados. Pero, el daño no solo se mide en cifras económicas, sino también en la desconfianza que deja. La imagen del movimiento indígena, alguna vez símbolo de resistencia y unidad, hoy enfrenta críticas severas, acusaciones contra sus dirigentes y divisiones internas profundas.

Por su parte, el Gobierno aparece como vencedor, al no ceder ante las presiones. Pero, en un conflicto de esta naturaleza no hay ganadores ni vencidos: pierde todo el país. Los empresarios y los trabajadores, los agricultores que no pudieron vender sus productos, los estudiantes que dejaron de asistir a clases, las familias que quedaron atrapadas por días en calles cerradas. Pierde también la esperanza, cuando los reclamos legítimos se diluyen entre la violencia y el desgaste.

El paro del 2025 deja al descubierto la falta de voluntad tanto del Gobierno como de la dirigencia indígena. Un Ejecutivo que responde más con fuerza que con diálogo y unos líderes comunitarios que, sin estrategia ni unidad, parecen haber perdido conexión con las bases que dicen representar. El resultado: un país exhausto, dividido y más pobre.

Ecuador no necesita victorias aparentes ni huelgas eternas, sino de verdaderos acuerdos. Las carreteras no pueden seguir siendo el espacio en el que se negocia cada asunto político, ni el dolor del pueblo puede ser la contrapartida de cada conflicto. Ya es hora de entenderlo: cuando el diálogo fracasa, no gana nadie; perdemos todos. (O)

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