El innombrable / Mario Fernando Barona

Columnistas, Opinión

No solo a mi sino a muchas otras personas que públicamente apoyamos la decencia y denunciamos la deshonestidad del peor gobierno de la historia (que no es el de Lenín Moreno, como malintencionadamente acuñaron los traicionados, sino el del propio Rafael Correa) se nos dice que tenemos una obsesión con el mentado ciudadano porque no dejamos de nombrarlo permanentemente, que lo tenemos en la punta de la lengua, que pareciera que su nombre, su rostro y sus actos no nos dejarían dormir, y que, según ellos, le acusamos de todo lo que es y lo que no es, incluso, dicen con ironía, de si perdió la selección de futbol o de la guerra en Ucrania.

En algo tienen razón, estamos obstinados por desenmascarar la mentira, pero como su esencia es engañar y confundir, tampoco les es difícil exagerar. En mi caso particular, efectivamente muchas de mis columnas de opinión desde hace quince años atrás, apuntan a enrostrar los abusos, delitos y picardías del innombrable; pero váyanlo sabiendo: no me arrepiento, ni me amilano, ni cambiaré mi postura. Aquí algunas razones:

  1. Muchos tiranos, delincuentes y dictadores en la historia tuvieron un apabullante apoyo popular hasta que años más tarde se impuso el sentido común y el mundo terminó reconociéndolos por lo que verdaderamente fueron. Correa pertenece a este grupo, por lo que callar sus atrocidades sería sentenciar una historia equivocada. En lo personal, no me lo perdonaría jamás.
  2. Muchos de los actos de sus militantes (sobre todo de las élites) y de los miembros de su bancada en la Asamblea Nacional constituyen una flagrante oda al delito, como cuando legislaron en favor de los delincuentes y ahora último se opusieron a la aprobación de la Ley de Repetición con el fin de cubrirle las espaldas al que sabemos. Correísmo es sinónimo de desverguenza.
  3. El daño que hizo en todas las esferas, llámense política, social, económica, seguridad, educación, salud, de valores, etc. es colosal y sus nefastas repercusiones no dejan de salir a la luz hasta el día de hoy. Un elefante en vidriería habría hecho menos destrozos que los que hizo Correa en su gobierno. Los causantes deben ser señalados con nombre y apellido.
  4. Sus discursos populistas y odiadores aturdieron la razón y el entendimiento de muchos ecuatorianos. Ayudar a recobrar el buen juicio debería considerarse un deber de honor con la patria.

Todo esto y muchísimo más me impide no nombrarlo. Lo seguiré haciendo porque no puedo ser tolerante con la impudicia, porque es necesario y porque tampoco debemos permitir que sigan pisoteando la dignidad de un pueblo. Así que, de mi parte y sé que de parte de millones de ecuatorianos, el peor presidente de la historia: Rafael Correa, no tendrá perdón ni olvido. (O)

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