El hiperpresidencialismo de Montecristi / Paúl Viteri Albán

Columnistas, Opinión

Cuando, el 28 de septiembre de 2008 nuestro país, mediante referéndum, aprobaba la nueva Constitución de la República, que se nos presentaba como un único instrumento, que a decir de quienes la defendían a través de ella se refundaría al Ecuador.

Pues bien, ahora nos toca enfrentar la cruel realidad, esa por la que atraviesa nuestra débil institucionalidad, en donde hemos terminado responsabilizando de todo lo sucedido especialmente al gobierno, la Asamblea Nacional y El Consejo de Participación Ciudadana; o, a cualquiera que San Twitter o San Facebook, decida colocar como el responsable de turno en ese momento… ¿Pero y qué sucede con el voto ciudadano?, ese voto que aprobó la Constitución y hoy forma parte de los quejumbrosos.

Si, esos quejumbrosos que en su momento apoyaba a una Constitución extremadamente Hiperpresidencialista, en donde se terminaría desvirtuando al presidencialismo originario, además de atrofiar a los modelos básicos y elementales del modelo constitucional de cualquier país, además de terminar provocando una evidente degeneración del presidencialismo puro, que como todos vemos finaliza consiguiendo “innumerables complicaciones”, como las que atraviesa nuestro país en la actualidad.

El actual sistema presidencial ecuatoriano, podría ser denominado como un Hiperpresidencialismo y Neopopulismo que, a mi modo de ver, no es más que una nueva forma de representación e identificación política que existe debido a la falta de legitimidad de las instituciones políticas tradicionales, que, incluso es capaz de generar una hegemonía que hace que se presente un poder dominante al interior del estado, mismo que con superioridad jerárquica que, determina atribuciones dominantes que rompen el esquema necesario de equilibrio de poderes.

Pues, resulta evidente una concentración de poder, en donde el presidente tiene el control directo o indirecto de los cinco poderes del estado, es decir, se trataría de un estado constitucional donde no existe el necesario freno al poder, sino que más bien termina entregando más poder al poder político, transformando a nuestra Constitución en un documento de auspicio del poder, desnaturalizando su verdadera esencia y lógica función.

La innecesaria, creación del Consejo de Participación Ciudadana o más bien la creación de un Frankenstein constitucional, que a la final terminaría siendo peor el remedio para la enfermedad, es indispensable cuestionar ¿Era necesaria la creación de este nuevo poder del estado?, o ¿Se ha cumplido con la garantía de participación ciudadana? Pues no, ni lo uno; ni lo otro.

Si, en efecto la última constituyente de 2008, terminó discutiendo que eliminaba un vicio de la “partidocracia”, aseverando que ampliaba la participación, suprimió el debate artículo por artículo y optó por aprobaciones en masa o bloque del texto constitucional, resultando este procedimiento en un atropello de una tradición democrática, trayendo consigo una notoria disminución de calidad en la producción legislativa del texto constitucional.

Una Constitución, plagada de super poderes para quien gobierna (Hiperpresidencialismo), además de contener en su interior garrafales fallas, redundancias y contradicciones, fue aprobada por la ciudadanía. Esa ciudadanía que hoy se queja amargamente, pero al parecer tampoco termina asumiendo su responsabilidad. (O)

Deja una respuesta