Dramática transición / Lic. Mario Mora Nieto

Columnistas, Opinión

La educación ha sido objeto, a través del tiempo, de múltiples enfoques críticos formulados en función de distintos puntos de vista y bajo la influencia de las distintas condiciones socioculturales de cada época. Su análisis puede encararse desde las perspectivas sociológica, biológica, psicológica y filosófica. Los criterios dominantes en nuestros días son el sociológico y el biopsicológico.

En el campo sociológico se procura transmitir el acervo funcional de la cultura esto es, los valores y formas de comportamiento social de comprobada eficacia en la vida de una sociedad.

Desde el punto de vista biopsicológico, el propósito es cultivar su personalidad tomando en cuenta su proceso cronológico y los cambios físicos, biológicos y psicológicos que experimenta durante su edad escolar.

Este aspecto exalta la necesidad de la educación de ajustarse a las peculiaridades del educando. De dicha actitud surge el reconocimiento de las realidades individuales y el respeto que ellas merecen; realidades individuales que están marcadas por períodos cronológicos muy definidos como la infancia, la puericia, la adolescencia y la juventud.

Por su puesto que la etapa más dramática en la vida de un individuo es la transición de la puericia a la adolescencia; es cuando se producen los cambios más notables en los aspectos biológico y psicológico.

Al respecto el psicólogo Aníbal Ponce ilustra magistralmente esta circunstancia: “Hay en el Museo de Louvre un maravilloso retrato de Chardin que representa a un niño jugando con su trompo. Hace un instante que ha vuelto de la escuela. La linda carita tiene la expresión a la vez dichosa y grave como si el trompo que gira bajo sus ojos hubiera bastado para procurarle una enorme felicidad.

No muy lejos de allí, en la amplia perspectiva de la Galería, un retrato de un joven, atribuido a Rafael, nos transporta a través de las edades a otra latitud, a otro clima. Este adolescente de mirada triste ha buscado en la naturaleza un eco apacible para su pena. El brillo semi apagado de los ojos, la ligera contracción del ceño le dan una característica especial a su expresión.

Si fuera posible hacer el perfil del niño y del adolescente, tendríamos en los dos cuadros magistrales de Chardin y Rafael la expresión mas patética de su real condición biopsicológica”.

El niño vive durante la puericia la relativa quietud que le asegura su personalidad equilibrada. No le exige a la vida nada más que lo actual y lo más próximo.

¡Que diferencia, en cambio, con la profunda desolación de nuestro adolescente! A la serenidad y a la confianza han sucedido la inquietud y el desconcierto. Una trasformación total, un vuelco para él inexplicable amenazan con mover los fundamentos de su personalidad.

El adolescente se desprende del niño el momento mismo en que se inicia este drama; es decir, en la vecindad de los 12 años.

PD: Puesto que etimológicamente “adolescencia” quiere decir “crecer, desarrollarse”, vale la pena recordar que en el hombre los huesos dejan de crecer a los 25 años y en la mujer a los 23. (O)

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