El día internacional del trabajo / Fausto A. Díaz López

Columnistas, Opinión

Cuando Dios echó del paraíso a Adán, porque comprobó que junto a su compañera comió del fruto del árbol prohibido, entre otras cosas le dijo: “Mediante el sudor de tu rostro comerás el pan, hasta que vuelvas a confundirte con la tierra de que fuiste formado, puesto que fuiste polvo y a ser polvo retornarás”. A partir de esa maldición divina, nació el trabajo; y desde entonces el hombre, ha debido emplearse a fondo para conseguir el sustento diario. Si analizamos con serenidad la sentencia proferida por el Padre Eterno, llegamos a la conclusión de que ésta no fue un castigo para la humanidad, sino una bendición que desde el inicio de los tiempos ha permitido a los seres humanos, poner en juego todas sus potencialidades, para mejorar su estándar de vida.

Claro, que para que los obreros lleguen al actual reconocimiento de sus derechos, debieron de sufrir una serie de discrímenes y vejámenes. En aquellos tiempos, en Chicago eran obligados a trabajar – adultos, mujeres y niños – hasta 18 horas diarias. Esto les obligó a emprender en una lucha heroica, que segó muchas vidas y suprimió varias libertades. La mayoría de asalariados estaban afiliados en dos confederaciones, de éstas, la de más prestigio era la “American Federation of Labour”, – que se suponía de origen anarquista –. En “su Cuarto Congreso, el 17 de octubre de 1884, resolvió que desde el 1 de mayo de 1886, la duración legal de la jornada de trabajo, debería ser de 8 horas diarias”, comprometiéndose, a ir a la huelga en caso de incumplimiento de esta resolución. Frente a este hecho, la represión oficial no se hizo esperar. Fue de tal magnitud la violación de los derechos humanos, que desembocó en un genocidio conocido como “El Crimen de Chicago”. Los despidos fueron masivos, hubo cientos de detenidos y procesados, acusados de integrar turbas “peligrosas y sediciosas”.

Con motivo de la celebración del 1 de mayo se hace necesario recordar la elaboración de un nuevo Código del Trabajo. El actual es muy rígido. Es una ley paternalista propia de un país tercermundista. Es antiempresarial y antidesarrollo. Es un instrumento que dificulta contratar o despedir a un mal elemento. Las leyes laborales y la política estatal no entienden que sólo un país que se abre al desarrollo, propicia un buen nivel de vida. Hoy, la producción requiere de hombres con mayor especialización y nuevas destrezas, capaces de entender y adentrarse en el mundo de la robótica, que realiza trabajos complicados y de alta tecnología. Aquí todavía soñamos con los métodos de producción, propagados por la izquierda jurásica, que ahuyentan al capital y estatizan las empresas privadas. (O)

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