Deuda Generacional / Washington Montaño Correa

Columnistas, Opinión

 

Si debo decir, que cuando escribo este artículo, lo hago con rabia, coraje, frustración e impotencia. Con tanta alharaca, bulla sin razón, propaganda vil y aupada por los verdes docentes, se anunciaba que ya existía el dinero para pagar el incentivo a la jubilación a los maestros que dejaron toda una vida en las aulas de clase.

Es una burla cruel, inhumana que se repite de forma constante, cada vez que quieren acallar la justeza del reclamo, porque el tiempo pasa, los años minan inmisericordemente el otrora vigor del joven docente que lozano recorría los polvorientos caminos para llevar la luz a tanto y tantos niñitos y jovencitos. ¡Qué mal pago de este Estado cicatero, mezquino, mentiroso y mañoso para con nuestros maestros!, hoy convertidos en personas de la tercera edad, añejados en dignidad, que en su amor filial se reúnen, se reconocen, cuentan, comentan, se ríen en la desventura y en su usual lucidez reclaman lo que se les debe, aquello que la Constitución consagró para evitar tener un magisterio lleno de ancianos; un dinero que permita vivir en condiciones buenas de salud, con algo de despreocupación por lo que falte o necesiten; un dinero que se lo ganaron a fuerza de trabajo, de entrega sin tiempo, con plata y persona; quitándole, en muchísimas ocasiones el tiempo libre a sus hijos, a la familia, a su descanso y burlándose de sus enfermedades latentes, serias, dolientes, que para las autoridades no sirven, no valen, no justifican.

Muchos compañeros, amigos, viven llenos de preocupaciones, haciendo quiromancias a la vida, logran conseguir las medicinas, los alimentos, cubrir la necesidad de los servicios básicos con la cesantía mensual que reciben. No está bien que se trate así a los maestros que aportaron con enorme sacrificio a lo más útil que requiere toda sociedad para desarrollarse y progresar: la educación. No es digno ni ético que se vea a nuestros maestros reunidos para reclamar un derecho. Estremece observar que, en las entrevistas a nobles maestros y maestras, lleguen a las lágrimas y entre su compungido y desoído llanto, suplicar por auxilio a sus cansadas vidas. Si algo de vergüenza les queda a estos rezagos de la seudo revolución mentirosa, deberían buscar la forma de pagarles, aunque sea con papeles de la deuda que son negociables.   

Ya es hora que todos los profesionales, que se formaron y recibieron de sus manos lo que ahora son, la ayuda para engrosar este reclamo y no vuelva en una pesadilla para los profesores que caminan hacia este nefasto destino. Ahora es cuando debe aflorar el agradecido esfuerzo de los ingenieros, arquitectos, militares, policías, médicos, abogados, veterinarios, políticos, comerciantes, industriales, y tantos profesionales y no profesionales que en su vida tuvieron profesores.

No puede ser que sigan muriendo en la indiferencia de sus alumnos, en la dejadez de las leyes o en la estupidez de las autoridades, las personas, que de una u otra manera influenciaron en nuestra vida. Cómo reclamamos justicia, equidad, derechos, si en la práctica les privamos de estos a nuestros maestros, a los que nos enseñaron el camino de la verdad, la ciencia, la cultura y que por ellos subsisten las tradiciones y costumbres que nos identifican como ecuatorianos. Dios, Tú que los miras con ojos de cariño, haz que la luz de la justicia doblegue el espíritu terco de las autoridades y se cumpla lo que los mortales no quieren hacerlo.    (O)

 

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