¡De repente! / Kléver Silva Zaldumbide

Columnistas, Opinión

De vez en cuando, a todos nos revuelca la vida y nos da un brutal empujón hasta ponernos encima tristezas, miedos, dolores que duele hasta nuestra respiración, sentimos como una daga invisible…a nuestro ser más querido o a nosotros mismos aparece una enfermedad grave, incapacitante y nos damos cuenta de qué somos tan frágiles como un soplo de vida. Entonces ansiamos recibir ayuda divina, un abrazo, un consejo, una idea, una solución o, simplemente, un poco de serenidad.

Se obscurece el sol en pleno día, la “ordenada vida” de apariencias de la “zoociedad” estalla en mil pedazos y florece nuestra humildad que con un compasivo sentimiento de impotencia saltamos de la desesperación a la esperanza y viceversa. La aparentemente ruda cotidianidad es reemplazada por una sorpresiva y fría estupefacción, la desesperación se abre y nos instala una reflexión pura dónde como un pedazo de madera en un mar violento pasan por nuestra memoria todos los pasajes tristes y felices que compartimos con nuestro ser amado que ha caído enfermo.

Esa enfermedad que con única sabiduría nos enseña a ver lo que realmente importa en la vida. La que acaba tarde o temprano pero que nos plantea si somos lo suficientemente fuertes como para superarla. La que nos hace pensar que la vida es injusta pero que no es así ya que siempre va a existir y no tenemos por qué lamentarnos, pues todos alguna vez nos enfermamos; debemos tener fe y fortaleza espiritual para que nuestra salud mejore. La enfermedad que se presenta cuando uno menos lo espera, por lo general nos coge desprevenidos, llega en ese momento de nuestra vida que no habíamos contado con ella. A veces es transitoria y sin importancia pero en otras y lo trastoca todo. Se suspenden paseos, trabajo, planes y proyectos. Perdemos autonomía, nos hospitalizan y todo queda supeditado a tratamientos y cirugías.

El novelista, director y guionista Paul Auster con su accidentada vida nos dice: “Piensas que nunca te va a pasar, imposible que te suceda a ti, que eres la única persona del mundo a quien jamás ocurrirán esas cosas, y entonces, una por una, empiezan a pasarte todas, igual que le suceden a cualquier otro”.

Nos encontramos con una compañera de camino que no la habíamos buscado y con la que, en ocasiones, tendremos que convivir un largo trecho, y a veces hasta el final. De nosotros y de cómo afrontemos la realidad de la enfermedad dependerá que esa relación sea de aprendizaje o de odio y frustración. De nuestra fuerza de voluntad depende nuestra recuperación, conquistando el miedo con coraje y sin victimización… ¿Qué puedo aprender en esta nueva situación que me toca vivir y que parece tan adversa y dolorosa? ¿Cómo puedo habitarla para que resulte menos negativa?…Quizás podamos profundizar relaciones, recuperar el sentido indescifrable de las cosas y del tiempo, ahora que la vida es contemplada (no necesariamente oscurecida) desde otro ángulo. 

En ocasiones, obtenemos lo que necesitamos dando. Dando lo mejor de nosotros o siendo generoso para con alguien. El miedo y el dolor van menguando y, es más, en ciertos casos, puede ser la mejor manera de conseguir lo que buscamos.

Quizás descansemos mejor de la zozobra interna y nos llene una sensación cálida, que es justo lo que precisábamos para encontrar un poco de fuerza descubriendo así que muchos de nuestros problemas y temores no se resuelven recibiendo, sino dando algo de nosotros mismos a los demás. (O)

Deja una respuesta