¿Cuál será el mensaje? / Kléver Silva Zaldumbide

Columnistas, Opinión


MEDICINA INTEGRATIVA ORIENTAL

¿Cuál será el mensaje de esta pandemia? ¿Será que es una señal para que todo sea un “borra y va de nuevo”? Hace algunas décadas atrás, cuando saludábamos a nuestros padres cada mañana, eran frases como: “Buenos días papacito o mamacita, deme la bendición”. Luego fue: “Buenos días Papito”, posteriormente, “Hola papi”, le siguió un “Que hubo pa” y si esto seguía, probablemente hubiese sido solo una “hey p”.

No había tanto discrimen al vecino o a la vecina, nos saludábamos con voz alta y afectiva, estrechándonos fuerte las manos y a veces con un fuerte abrazo, luego fue cambiando a un estrechamiento débil de manos y ahora a solo un burdo choque de puños. El lenguaje afectivo físico se estaba extinguiendo, el lenguaje afectivo verbal iba amputándose. Los niños del barrio nos “llevábamos” muy bien sin tantos complejos ni prejuicios, jugábamos inocentes y descuidados. Luego fue cambiando hacia un discrimen manipulado por los padres sembradores de envidias, sectarismos, grupitos que fueron destruyendo el sentido de amor al prójimo, inyectándoles a sus hijos selectividad de amistad entre compañeros y generando heridas por el “descole” en los “bandos” cada uno con sus complejos y taras sociales actuales. Finalmente debió ser un virus invisible el que dé la estocada final para así generar el último empujón hacia un aislamiento social temporal pero contundente, para mantenernos alejados. ¿Quizás se frenó el amor o será que el amor necesitaba una transformación, una “pulida” y que vamos a ser respetuosos y solidarios?

En la atropellada cotidianidad, con falta de tiempo para todo, ahora nos damos cuenta lo que verdaderamente ha sido importante, el tiempo para nuestro núcleo familiar que estaba apocado y en vía de extinción.

El ruido ha disminuido, con el silencio de las calles y el “frenazo” de la frenética y estrepitosa vida que llevábamos, hemos regresado a escuchar a los demás, pero, sobre todo, ha sido la oportunidad para escucharnos a nosotros mismos y así, reflexivos, escuchar también la voz de Dios. Basta, en la mañana, abrir nuestras ventanas para escuchar las aves y hasta la lluvia clara en vez de los gritos de las personas, las ofensas y los insultos soeces entre los conductores de los autos en la calle. El cielo azul en vez del humo negro de la contaminación y hasta la música con tono de celebración del vecino que está con su familia reunida. Con miedo sí, pero no tenemos la más mínima idea cuan felices están nuestros pequeños hijos con todo este tiempo juntos para saber que sí tenían padres, que, aunque transitoria y accidentalmente, tienen ahora la imagen paterna y materna que tanta falta les hacía para no estar náufragos u huérfanos de afecto, de tiempo y de ejemplo.

Estábamos más ciegos que el que no puede ver, disfrutamos ahora hasta el suave olor a limpio de la toalla, lo reparador de una ducha sin prisa, desayunar despacio, sentir al fin la convivencia familiar que tanto nos hacía falta y si estamos solos, podemos cadenciosamente hablar con nosotros mismos. Nos hemos dado cuenta que podemos vivir con poco y no con todo eso que tanto nos angustiaba no tener. La pandemia ha limpiado hasta la basura que había dentro de nosotros, esa enfermedad que era nuestra actitud de vacío, enseñándonos los simples placeres de la vida pero que llenan tanto, y que han estado en nuestra misma casa.  Con esta Covid19 nos dimos cuenta que nos necesitamos los unos a los otros.

Deja una respuesta