Consecuencias de la idea de igualdad / Ing. Patricio Chambers M.

Columnistas, Opinión

El filósofo Jorge A. Livraga decía que “si en algo somos iguales, es en el maravilloso hecho de ser todos distintos”, con lo cual sintetizaba en una frase una noción muy real del ser humano y su naturaleza.

Por largo tiempo nos han enseñado y seguramente lo hemos repetido en más de una ocasión que “todos somos iguales”, pero esta idea sólo puede aplicarse cuando nos referimos a ámbitos muy particulares como por ejemplo el Derecho pues no cabe duda de que las personas somos iguales ante la Ley; también en Filosofía refiriéndonos a la esencia espiritual del ser humano, de la que todos participamos naturalmente.

Pero fuera de esos espacios, lo cierto es que aquella frase de Livraga cobra pleno sentido, pues es evidente que no somos iguales, basta con vernos físicamente unos a otros para darnos cuenta lo distintos que somos. Tampoco lo somos en otros aspectos, pues ni psicológica ni mentalmente nos podemos igualarnos, probablemente compartir algunas características, pero cada individuo es un mundo en sí mismo. Somos diferentes en la forma de enfrentar la vida y en cómo nos proyectamos a través de ella. 

Cada país y su gente es distinto a otros por cercano que se encuentren, forjamos sociedades diferentes en entornos diversos, creciendo y desarrollándonos con una visión propia del futuro.

Cada cultura a lo largo de la historia ha sido una expresión particular de la especie humana y quienes la conforman, distan por lo general en gran medida de otras, pues su cosmovisión, así como su comprensión de la sociedad, del ser humano y de la naturaleza son bastante disímiles entre sí.

En fin, cada uno hemos sido creados como individuos (indivisos), pero también como parte de una sociedad en medio de un mundo de multiplicidades, desigualdades, contrastes y contradicciones.

De cualquier manera, que esas diferencias no nos confundan, pues así como los dedos de nuestra mano son distintos entre sí pero trabajan naturalmente juntos, de igual modo cada ser humano puede hacerlo como parte de una sociedad a la que se pertenece.

El que seamos todos distintos no significa de manera alguna, que no podamos actuar en armonía con los demás, al contrario, esas diferencias llevan a enriquecer nuestra visión de las cosas porque el otro las mira desde su propia perspectiva, lo cual nos permite descubrir realidades que desde nuestra posición no las vemos.

Esas diferencias no son sólo culturales, sino esencialmente naturales y complementarias, como lo es el sexo al cual pertenecemos. Tema aparte es si actúo o no en consonancia a ello, pero eso es más bien una elección que una disposición natural.

Sin embargo, seguimos hablando de igualdad sin considerar si cabe o no aplicar tal categoría a aspectos tan disímiles como el lenguaje, el trabajo o el matrimonio.

Siendo así y desde esta perspectiva, el que se haya aprobado el matrimonio “igualitario” en nuestro país quizás sea un retroceso antes que un avance. (O)

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