Conmemoración y Reparación, No Celebración

Columnistas, Opinión

Cada 31 de agosto se marca en el calendario el Día Internacional de los Afrodescendientes, una fecha que no debe ser entendida como una celebración festiva, sino como una conmemoración solemne. Es un momento para reconocer siglos de resistencia y dignidad frente a una historia marcada por la esclavitud, la violencia, la exclusión sistemática y el racismo estructural que aún persiste. Hablar de «celebración» invisibiliza el dolor acumulado y banaliza la profundidad de las deudas históricas aún pendientes.

En este contexto, es imprescindible que el Estado más allá de los discursos simbólicos, avancen decididamente hacia políticas públicas afroreparatorias, entendidas como acciones concretas que reconozcan, reparen y transformen las desigualdades heredadas del sistema esclavista y colonial. No se trata de dádivas, sino de justicia.

Para ello, una propuesta concreta y urgente es la creación de una Unidad Técnica Afroreparatoria: un organismo estatal especializado, con presupuesto, personal capacitado y poder de acción, dedicado exclusivamente a diseñar, coordinar y evaluar políticas de reparación para las comunidades afrodescendientes. Este ente debe ser liderado por personas afrodescendientes y construido con participación activa de organizaciones sociales, respetando sus saberes, agendas y luchas, esta fue mi propuesta realizada recientemente en el V Foro Afroandino, realizado en Cali como Representante de la Sociedad Civil ante la CAN (Comunidad Andina de Naciones), respaldada de manera unánime por los representantes de Colombia, Bolivia y Perú.

¿Qué implicaría una política pública afroreparatoria? Algunas acciones clave podrían ser:

Reconocimiento histórico oficial del daño causado por la esclavitud, incluyendo pedidos de perdón institucionales y la revisión crítica de los currículos escolares para integrar la historia afrodescendiente desde una perspectiva de dignidad, y no de victimismo o folclor.

Justicia económica, que incluya programas de redistribución de la tierra, acceso prioritario al crédito, becas específicas, incentivos para emprendimientos, cuotas laborales en el sector público y privado, y sistemas de acompañamiento integral para revertir generaciones de empobrecimiento estructural.

Acceso garantizado a servicios públicos de calidad, especialmente en salud, educación, vivienda y justicia, con enfoque diferencial que tome en cuenta las barreras históricas que han enfrentado las comunidades afrodescendientes. 

Representación política y cultural real, impulsando mecanismos que aseguren la presencia afrodescendiente en cargos de decisión, medios de comunicación, producción cultural y otros espacios clave del poder simbólico y material.

Reparación simbólica y territorial, con la devolución o protección de territorios ancestrales, reconocimiento de sitios de memoria afrodescendiente, y la promoción de lenguas, expresiones culturales propias, muchas veces perseguidas o invisibilizadas.

La reparación no es una dádiva: es un derecho. Y los Estados deben actuar con decisión, responsabilidad y urgencia. Lo contrario es perpetuar la impunidad histórica de la esclavitud, el colonialismo y el racismo. Este 31 de agosto, que no se nos invite a celebrar. Se nos debe invitar a reflexionar, a actuar y a reparar. Porque la justicia racial no es un gesto simbólico: es una deuda estructural, y está en manos de los Estados saldarla. (O)

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