Apologías sobre descubridores del Amazonas / Pedro Reino Garcés

Columnistas, Opinión

A no dudarlo, vivimos en la semiósfera apologética de vanagloriar a los “descubridores” del Amazonas. Casi no hay libro que no deje de hiperbolizar como cosa quiteña la aventura de los codiciosos despojadores y maltratadores de los aborígenes, sobre cuyas espaldas se hinchan las famas, las audacias, los protagonismos y las inmortalidades de los aventureros buscadores de tesoros, más que de encuentros respetuosos con los grupos humanos que vivían su tranquilidad en sus espacios geográficos.

A no dudarlo siempre se ha dicho que la historia siempre la escriben los vencedores. A esto hay que añadir que estos “vencedores” tienen sus reengendrados enajenados mentales que siguen en la misma opinión para favorecer ese posicionamiento dominante que se mantiene en la historiografía colonizadora.       

“Se acercan Pizarro  y Orellana a un río profundo que llevará posiblemente al otro mar, por un paso más ancho y seguro que el descubierto por Magallanes, y allí resuelven hacer un barco. Nadie entre los expedicionarios ha hecho barcos, y el único carpintero era uno que hacía en Sevilla imágenes de santos. No tiene clavos, ni velas, ni cuerdas, ni sierras. Y hacen el barco. Lo ponen sobre el agua. Se conviene que Orellana como adelantado, explore. Los otros, con Pizarro, aguardan. Se embarcan los de Orellana. El agua, veloz, va arrastrándolos al mundo del hambre y de las flechas, de las aguas que se pierden en la distancia, del sol implacable. No pueden regresar, ni el barco da espacio para los que han bajado. Hacen otro barco, con el mismo carpintero que hacía santos, y reduciendo a clavos las herraduras de los caballos que se han comido. Los dos barcos, en seis meses, hacen la primera travesía del nuevo río, el río más ancho y más hondo del mundo. La tierra adentro, y el ancho río, son más temibles que el mar. Cuando los soldados ven el mar, se ponen de rodillas y le dan gracias a Dios, por haberlos conducido vivos…¡en los barcos que han hecho con sus propias manos! ¡Con esos barcos se lanzan al mar y llegan a las islas del Caribe”.

¡Qué hermoso el cuento para que un maestro repita a los escolares. El narrador está viendo cómo “Se acercan Pizarro  y Orellana a un río profundo…”. Es lo que llamamos un narrador omnisciente, el que todo lo sabe, incluso lo que piensan sus personajes. De seguro parece haber navegado con Orellana, mejorando el relato de Carvajal. Claro, nos vende la idea de que de hacedor de santos pasa a carpintero de astillero, constructor de barcos, ni siquiera de canoas, sino de veleros. No quiere buscar ls entreaberturas de lo narrado por el propio fray Gaspar de Carvajal, donde se da a entender que Orellana y su hueste robaron las embarcaciones a los indios que fueron esclavizando en la travesía. Es mejor aumentar la fábula del protagonismo hispano. En media selva hacen clavos y tienen inexplicablemente todo: “No tiene clavos, ni velas, ni cuerdas, ni sierras. Y hacen el barco”. ¿Es historia o es un cuento para colorear? Y no solo hacen uno, sino dos, seguro con los clavos que sobraron del primero y las velas y las cuerdas. Y con estas embarcaciones llegan al Atlántico y navegan hasta el Caribe. Por poco no llegan a España. Y diré que el respetable autor narra como testigo ocular que “Cuando los soldados ven el mar, se ponen de rodillas y le dan gracias a Dios, por haberlos conducido vivos”. Este es el milagro de la literatura y del posicionamiento de su autor.

No hemos salido de estas autorizadas apologías escritas por nuestros Embajadores. Vienen de un prólogo al libro: “Orellana, el Caballero de las Amazonas”. El prologuista es nada menos que el connotado escritor colombiano Germán Arciniegas (Bogotá 1900-1999), autor de numerosos y enjundiosos libros, prologuista de un selectivo libro que titula “Maravilloso Ecuador. Círculo de Lectores 1978”. El autor del libro referido es el diplomático ecuatoriano  Félix Miguel Albornoz Ruiz (Quito 1917- México 2012), funcionario de las Naciones Unidas y, entre otros escritos una apología a Galo Plaza. Lo bueno de la diplomacia intelectual es que ofrece excelentes datos que sirven, como en mi caso, para ensayos de reinterpretación.

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