Alter ego- el otro yo / Dr. Guillermo Bastidas Tello

Columnistas, Opinión

Se trataba de un muchacho corriente: en los pantalones se le formaban rodilleras, leía historietas, hacía ruido cuando comía, se metía los dedos a la nariz, roncaba en la siesta, se llamaba Armando Corriente en todo menos en una cosa: tenía Otro Yo.

El Otro Yo usaba cierta poesía en la mirada, se enamoraba de las actrices, mentía cautelosamente, se emocionaba en los atardeceres. Al muchacho le preocupaba mucho su Otro Yo y le hacía sentirse incómodo frente a sus amigos. Por otra parte, el Otro Yo era melancólico, y debido a ello, Armando no podía ser tan vulgar como era su deseo.

Una tarde Armando llegó cansado del trabajo, se quitó los zapatos, movió lentamente los dedos de los pies y encendió la radio. En la radio estaba Mozart, pero el muchacho se durmió. Cuando despertó el Otro Yo lloraba con desconsuelo. En el primer momento, el muchacho no supo qué hacer, pero después se rehízo e insultó concienzudamente al Otro Yo. Este no dijo nada, pero a la mañana siguiente se había suicidado.

Al principio la muerte del Otro Yo fue un rudo golpe para el pobre Armando, pero enseguida pensó que ahora sí podría ser enteramente vulgar. Ese pensamiento lo reconfortó.

Sólo llevaba cinco días de luto, cuando salió a la calle con el propósito de lucir su nueva y completa vulgaridad. Desde lejos vio que se acercaban sus amigos. Eso le lleno de felicidad e inmediatamente estalló en risotadas.

Sin embargo, cuando pasaron junto a él, ellos no notaron su presencia. Para peor de males, el muchacho alcanzó a escuchar que comentaban: «Pobre Armando. Y pensar que parecía tan fuerte y saludable».

El muchacho no tuvo más remedio que dejar de reír y, al mismo tiempo, sintió a la altura del esternón un ahogo que se parecía bastante a la nostalgia. Pero no pudo sentir auténtica melancolía, porque toda la melancolía se la había llevado el Otro Yo.

Todos navegamos bajo la hipocresía del otro YO, ese yo, disimulador, fingidor, doble, falso, quimérico, imaginario, puritano, santurrón, solapado, socarrón, cínico, desvergonzado, impúdico y desfachatado.

El Otro Yo, el conservador, el mesurado, el calculador, cauteloso, moderado, prudente, sensato, juicioso, cuerdo y reflexivo.

El diablo y el ángel; el bien y el mal; la guerra eterna de la humanidad, la lucha de los oscuros poderes del homo saphiens.

Siempre la humanidad estuvo y está luchando con una crisis de valores y antivalores, una crisis existencial de voceros de la anticorrupción con cerebro de corruptos, defensores del aborto y detractores de las lidias taurinas, amantes del lomo a la plancha que odian la muerte del toro en lidia.

Feministas que defienden la virginidad”, machistas que creen en el macho alfa. Ambientalistas con racha de madereros compulsivos y suicidas con corazón de asesinos.

Guerrilleros y socialistas con el Yo hipócrita ahogado en las piscinas de sus mansiones, en las cantinas de sus sueños de Patria Libre; revolucionarios con guantes que cubren sus manos sucias y cochinas.

El otro Yo. Si mi amigo lector, el otro Yo, del que hay que tener mucho cuidado y reparo.

Te quiero y no quiero decirte que te quiero, te amo y no quiero decirte que te amo, te odio y prefiero decirte que me gustas, TE AMO Y PREFIERO CON MI OTRO YO NO DECIRTELO.

El otro Yo revolucionario, con los deseos que sea, hasta la victoria siempre, siempre y cuando haya victoria. El otro Yo que incentiva a los compañeros a vivir de la revolución porque solamente los giles mueren por ella. Patria y viveza. (O)

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