Dinámica del genocidio

En medio de la indiferencia de buena parte de la comunidad internacional, Gaza vuelve a ser escenario de una masacre sistemática. Lo que ocurre allí no puede seguir siendo disfrazado con eufemismos diplomáticos ni con términos asépticos. No es una guerra entre dos partes iguales: es una ocupación prolongada, un desequilibrio brutal de poder, y una estrategia sostenida de deshumanización.
Uno de los aspectos más inquietantes de esta tragedia es la forma en que ha sido normalizada. Las imágenes de cuerpos mutilados, niños heridos, hospitales bombardeados y edificios reducidos a escombros aparecen en las pantallas globales como parte del paisaje informativo cotidiano.
Además, el caso de Gaza plantea preguntas fundamentales sobre el tipo de sociedad global que estamos construyendo. ¿Estamos dispuestos a defender principios universales, aunque eso implique cuestionar a aliados estratégicos? ¿Somos capaces de reconocer la humanidad del otro, aunque esté lejos, aunque tenga otro idioma, otra religión, otra bandera? ¿O preferimos seguir encerrados en una burbuja de confort y cinismo, hasta que la violencia nos alcance también?
Para quienes observan desde fuera, la muerte en Siria y Palestina genera una sensación persistente de impotencia, culpa y desconexión. Las imágenes de niños cubiertos de polvo o de ancianos abrazando cuerpos sin vida recorren el mundo y conmueven. Sin embargo, los ataques continúan. Pero detrás de cada imagen hay una historia que merece ser contada, una vida que ansiaba seguir viviendo.
Y aunque la distancia y la rutina nos adormezcan, no podemos permitir que el dolor ajeno se vuelva paisaje. Porque la humanidad no se mide en lo que sentimos, sino en lo que hacemos con ese sentimiento. Que el dolor que hoy nos sacude no se pierda en el olvido, sino que nos empuje, al menos, a no mirar hacia otro lado. (O)