Informalidad y desenfreno

De que Ambato es una fuente de trabajo, nadie lo duda, porque cada quien, hace lo que le conviene para obtener los recursos económicos que necesitan sus familias. Pagar impuestos, regularizarse para trabajar con tranquilidad o asociarse para tener respaldo de sus actividades laborales, no está contemplado en sus planes y como no hay autoridad alguna que someta a ley a los informales, cunde el desenfreno, el abuso y la delincuencia que tiene amplia cabida entre ellos.
Esta peligrosa dualidad entre informales y el desenfreno socio económico que provocan y ante la incompetencia de las autoridades, la informalidad es vista y practicada como habitual. No hay norma, orden o ley que impida estas labores, porque no está sujeta a la legislación laboral, no paga impuestos y deja a los trabajadores en una situación de precariedad. El «desenfreno socio laboral», se interpreta como un estado de caos y descontrol por la evidente falta educativa que se manifiesta en diversos niveles, comenzando con irrespeto al orden social y laboral; al desconocimiento y burla a las autoridades.
Los informales siempre actúan a la defensiva; justifican el desenfreno que causan, con el recursivo “tenemos derecho a trabajar”. Con este egoísmo simplista; se imponen largas jornadas en malas condiciones laborales que afectan sus propios derechos, involucran a infantes, niños, jóvenes en edad de estudiar y a adultos mayores. La informalidad de subsistencia es dura y caótica a la vez, porque permiten actividades económicas de baja productividad que posibilitan la supervivencia, del día a día, sin estar sujetos a ninguna norma de convivencia mercantil.
La informalidad mata los criterios técnicos de administración pública; con el desorden se toman avenidas, calles, veredas, parques, zaguanes, portales. Para el informal está bien ubicarse en la salida del parqueadero, de bancos, del IESS, en la banca del parque, o debajo del portal. Los olores a comida inundan el ambiente; se mesclan con la música de peluquerías; el vocero de buses, los gritos de los vendedores de sandía, plátanos asados, choclos con queso, yogures, pan de casa, encebollados de tarrina, quesos, pollos pelados y otras ventas callejeras; este bullicio sobrepasa los decibeles de contaminación auditiva permitidos.
En los mercados el desenfreno informal se pasa. Allí están chivos junto a la suciedad que provocan y más allá, mujeres indígenas venden legumbres, cebolla, papas, ajos y hierbas que se colocan en el suelo; otra señora ofrece en baldes y tarrinas, una variedad de frutas, todo dentro de una alta contaminación. Los perros callejeros deambulan por doquier. Ni hablar de las calles, llenas de limpiaparabrisas, vendedores de fundas, limosneros avezados; extranjeros abusivos con perros hambrientos y sedientos que demandan colaboración porque sí.
El transeúnte, perdió el derecho a utilizar las veredas, porque la informalidad le ganó espacio a la Ley. Agentes municipales y de tránsito caminan sin ton ni son entre los informales y el caos vehicular; a propósito, varios oficinistas de cooperativas indígenas, convierten en parqueadero la estrecha Avenida de los Andes, Pilis Urco e Iliniza. Vergüenza ajena con estas autoridades. (O)