Viejos sabios

Columnistas, Opinión

Es deprimente tener que seguir soportando la delirante charlatanería de algunos dirigentes correístas que no saben lo que es dignidad -nunca lo supieron- y mucho menos en circunstancias de fracaso como fue el electoral que soportaron el pasado 13 de abril al que le inventaron desde tinta transferible hasta pagos de dos mil dólares por votante para, en ambos casos, supuestamente virar los votos de la candidata Luisa González a favor de Daniel Noboa.

No demostraron ser solo “pésimos ganadores” durante los nefastos diez años que fueron gobierno, sino que ahora le gritan al mundo ser también “pésimos perdedores” al no aceptar que sus propios errores en campaña los llevaron a perder las elecciones con torpezas como los gestores de paz, oponerse al control de celulares en la votación, censura a la iglesia, cercanía con Nicolás Maduro, la dolarización a la ecuatoriana, la Liga azul y sus reveladores chats filtrados, entre otros.

¿Por qué hago alusión a este tema después de tanto tiempo?, pues, porque aparte de lo ya señalado, hay otro hecho fundamental que coadyuvó al contundente y abultado triunfo de Noboa y que merece ser destacado individualmente: la presencia masiva de adultos mayores en las urnas y que, a diferencia de otros procesos electorales, nuestros queridos “viejos sabios” sintieron que hoy más que nunca su voto era decidor.

El país se debatía entre la esperanza de un nuevo liderazgo que prometía firmeza contra la criminalidad y la persistente sombra de la narcopolítica encarnada en el partido de la candidata González. En este escenario, nuestros viejitos, con la lucidez que solo los años y la experiencia otorgan, levantaron su voz con un voto que ya no les es exigido por ley, pero que vieron crucial para el futuro de sus hijos, nietos y bisnietos.

Por todo ello, hoy más que nunca, debemos a nuestros adultos mayores un agradecimiento profundo, no solo por su destacada participación, sino por su constante aporte a la construcción de nuestra sociedad. Es hora, entonces (de hecho, siempre lo fue), de darles el lugar que merecen como el valioso capital social que son. Desde el Estado es imperativo que su compromiso cívico sea correspondido con políticas públicas que garanticen dignidad en sus últimos años de vida a través de acceso a salud de calidad, pensiones justas, entornos seguros, oportunidades de participación activa y el reconocimiento pragmático y constante de su invaluable experiencia.

La voz de nuestros padres y abuelos en estas elecciones (viejos sabios, como lo reitero con cariño) fue un testimonio de que la esperanza reside en la firmeza moral y en la capacidad de distinguir entre quienes ofrecen soluciones genuinas versus los que perpetúan ciclos de impunidad. Aprendamos de su sabiduría, honremos su valentía y construyamos, de la mano con ellos, un Ecuador más justo y digno para todos.  (O)

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