VALORES SUPERIORES / JAIME GUEVARA SÁNCHEZ

Columnistas, Opinión

Los derechos humanos, interesa recordarlos en estos chúcaros días, no son del Estado, no los conceden los gobernantes, son de titularidad humana, nacen con el hombre y la mujer y a ellos corresponden su ejercicio solidario.

El poder, todo lo más, debe reconocerlos y fundar su legitimidad y legalidad en su centralidad, de forma y manera que se conviertan, por ello, en valores superiores que iluminan, guían y orientan al poder mismo y a quien por representación del pueblo, lo ejercen.

Cuando se reconocen los derechos de manera incondicional, sin injerencias del poder, entonces resplandece la dignidad del ser humano y la idea originaria de lo que un país, un Estado debería ser brilla con luz propia. Sin embargo, cuando el poder constituido decide sobre la titularidad y el ejercicio de los derechos humanos, la arbitrariedad se instala de nuevo entre la gente y desaparece la igualdad radical entre los seres humanos. Entonces, nos adentramos en un tenebroso e inquietante mundo en el que quien manda decide precisamente, sobre todo, también sobre el fundamento mismo del poder, sobre el alcance y los límites de la dignidad de la persona.

La base de los derechos humanos reside en la dignidad de la persona, del ser humano. Dignidad que, en ultima instancia, tiene un fundamento abierto salvo que nos quedemos en el inmanentismo en la contemplación de una realidad que ni se ha dado vida a si misma ni se agota en su misma observación, mas bien, la dignidad del ser humano trae su causa de la condición de hombre y de mujer como imagen y semejanza del Gran jefe.

Entonces, en este marco se entiende que exista una referencia superior al propio hombre de la que parten esos derechos que se basan en la esencia del ser humano. Y para que esos valores estén protegidos del uso político y partidario interesa que sean incondicionales.

Cuando se condiciona el derecho a la vida o a la libertad en cualquiera de sus expresiones, entonces estamos en el mundo de la arbitrariedad, de la selva, de la lucha de los fuertes contra los débiles. Nos instalamos en un ambiente de ausencia de reglas o, en todo caso en un mundo en que los poderosos imponen sus designios, cueste lo que cueste, al precio que sea, a los débiles ¿O no?

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