Un viejo pecado omnipresente / Kléver Silva Zaldumbide

Columnistas, Opinión


El viejo pecado capital de la codicia parece omnipresente y más actual que nunca. ¿Por qué los seres humanos no tienen nunca suficiente? ¿A dónde conduce tal desmesura? ¿Es posible romper el círculo vicioso de la insatisfacción de necesidades? Poder y dinero, ¿pueden hacernos felices? ¿Es acertado que día a día siga creciendo la población de personas que quieren “trascender” y quieran entrar a la política por ejemplo para poder delinquir y hacerse ricos de la noche a la mañana? Nuestro deseo constante de tener más es parte de nuestra naturaleza humana. Pero ¿Cuál debería ser el límite? Unos dicen que es un legado útil de la evolución; otros, que es un error en el programa genético. ¿Por qué algunos seres humanos no tienen nunca suficiente?

“A las personas les gusta poseer cosas, pues les da la sensación de vivir eternamente”. Son palabras del psicólogo social Sheldon, para quien el fetichismo de la mercancía y la fiebre consumista actuales son nefastos. En la era del ego, quien no consigue satisfacer sus deseos materiales, recibe el sello de «perdedor». Pero, con una población mundial de más de 7.000 millones de personas, las consecuencias del consumo de recursos desmedido son manifiestas. El estado deplorable de nuestro planeta demuestra que el «programa de la codicia» que nos ha hecho adictos a la propiedad, al estatus y al poder, toque fondo, o ¿es que la ambición de poseer es un ingrediente inseparable de la naturaleza humana, y si es así, cual es el equilibrio, es un síntoma de enfermedad que mientras más se tiene, más se quiere para llevarnos al caos o estamos viviendo tan solo un instante de la “evolución”?

¿Será que la idea de que sólo los humanos somos conscientes de que vamos a morir algún día, y esto, posiblemente, nos genera un miedo paralizador? Para mayor penitencia, sabemos que la muerte nos puede llegar en cualquier momento, por razones impredecibles e incontrolables. Platón dijo: “Por eso quieren tener hijos, por eso quieren construir pirámides, por eso queremos escribir y componer grandes libros y sinfonías. Por eso queremos tener mucho dinero, para ser más que meros animales condenados a morir.”

En esta modernidad también encontramos distracción en grandes eventos, en los medios, en el consumo y en las redes sociales. Algunos buscan sostén en grupos radicales, en el nacionalismo, en el racismo o en la violencia. El ansia de “más vida” se convierte así en síntoma del miedo en una sociedad cada vez más desprovista de sentido. Parece como si estuviéramos presos de pánico, de un pánico por no obtener lo suficiente, buscamos distracción y satisfacción para compensar nuestro miedo. Nos gustaría creer que tenemos el control sobre nosotros mismos, pero esa idea es errónea, nos comportamos como primates impulsados por todo lo que aporte satisfacción. Pero también, a menudo, no olvidamos rasgos típicamente humanos, como el odio, el egocentrismo, la crueldad o una cada vez más pobre empatía que nos caracteriza.

El llamado “marketing neuronal” saca provecho del funcionamiento del cerebro humano: procesos electroquímicos en el “centro de recompensa” desencadenan la liberación de endorfinas que provocan un sentimiento transitorio de felicidad. Seguimos presenciando alegremente la desmesurada codicia, cada vez más osada y grosera y, mientras no planteemos soluciones, nos pondremos literalmente al borde del ocaso como especie.(O)

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