Un adelantado / Pedro Reino (De mi libro: Aleturgias sobre Don Antonio de Clavijo)

Columnistas, Opinión

Quiero daros pistas sobre el suceso de mi muerte. Hay papeles que se guardan en la sombra. Creí que uno de ellos sería la constancia de mi paso a la eternidad. Pero hay gente que funda su poder aspirando los perfumes de los funerales. Ellos me han inmortalizado edificando esculturas de mis sombras, demostrando ser agradecidos por la memoria de mis pueblos re-fundados.

Como el hombre sigue muriendo según los olvidos,  quiero daros pistas sobre una de mis muertes.

Uno de los caminos para que alguien se encuentre  con el día de mi paso a la posteridad, puede estar en este documento hecho ante el escribano de Jambato. Se trata de un poder fechado en 26 de mayo de 1610, registrado por el  escribano, aceptado por una de mis hijas. Ahí expresan: “Sepan cuantos esta carta de poder vieren, como yo Rodrigo Vanegas, residente en este pueblo de Jambato, del Corregimiento de la Villa del Villar don Pardo, de estos reinos del Perú, y doña Gabriela de Clavijo, su legítima mujer…”. El documento se refiere a cobros que  quería hacer mi hija Gabrielita a deudores que estaban por Cali, por donde yo había cabalgado junto don Sebastián de Benalcázar que murió en 1551.

¡Ah, si supieran cómo fueron los negocios de la conquista! Era muy difícil invertir en sueños, porque nuestros fracasos podían acabar con las flechas de los indios  las pedradas de sus huaracas. Nadie en las Españas sabrá de la ferocidad de las alimañas del nuevo mundo. Nadie se imaginará cómo son las bocas entreabiertas de los ríos que vomitaban sus misterios desde los precipicios.

Hice lo que se debía hacer: invertí mi capital en los  negocios de la conquista, dando préstamos para que los aventureros compraran caballos y pagaran en indios sometidos, cuando no había aliados, o negros cargadores de pertrechos.

Muchos queríamos que nos  reconocieran como adelantados, porque eran  tiempos del ocio que se desperezaba en nuestros propios brazos. En esos tiempos, en América, nadie vivía el presente sino el futuro. Si dudan, lean documentos donde hicimos que nos dieran escribiendo que podíamos tener encomiendas y haciendas hasta por tres vidas. Eso significaba prestigio y dinero.

¿Para qué le servía a uno ser  adelantado? Pues para mucho.

Rememorando nuestras procedencias hispanas pensábamos que a pesar de no tener sino la nobleza de nuestra codicia, muy distantes de la de sangre y los linajes que dan brillo a las falacias de la cuna,  aunque esta se apaga con la muerte; el Rey podría fijarse en nosotros para reconocernos nuevas noblezas,  dándonos la merced de adelantados… (O)

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