Tiempo inexorable/ JAIME GUEVARA SÁNCHEZ

Columnistas, Opinión

El homenajeado no parece ochentón. «Yo hubiera dicho que sesenta y cinco, a lo mucho», afirma una guapa invitada. El hombre cumple ochenta primaveras o inviernos, según como uno quiera ver las cosas.

Cada ser guarda en su mente ciertas memorias. En verdad vivimos dos vidas. Una cuando ocurren los eventos. La segunda, en las reflexiones de las memorias que esos sucesos producen. Si las memorias son lo suficientemente vívidas y llenas de color, se convierten en pinturas, como si hubiesen sido realizadas por los grandes maestros. Anoche contemplamos esos cuadros en la mente de los invitados.

Muy emocionado, el cumpleañero toma la palabra: «Cuando tenía quince años quería que el tiempo volara para que las chicas vieran en mí un joven completo. Hoy que estoy en la tercera etapa de la existencia, quisiera que el tiempo se detenga. Pero el tiempo es inexorable, el tiempo vuela. Tres cuartas partes de mi vida se han ido ya. Rememoro mi larga trayectoria de judío errante por el mundo; recorro mis viajes, los trabajos imposibles; los aciertos, los errores; y ¿dónde estoy? Quizás sea por ese larguísimo trajinar que el Gran Jefe no dispone mi partida a los prados más verdes»: «Este pecador me va a cansar demasiado recogiendo sus pasos. Mejor le dejo que viva unos días más»

Un adolescente sorprende a los invitados: «Por seguir la tendencia absurda, he tenido frases despectivas contra los viejos. Esta noche comprendo mi grave error. Yo también quisiera vivir ochenta años admirables como los de nuestro homenajeado. Porque si desprecio la vejez, estoy afirmando, ignorantemente, que quiero morir hoy mismo, mientras soy joven…bufonada, irracionalidad.»

La realidad de la vida debe constituir un balance saludable sobre el crecimiento de la personalidad y el desarrollo del carácter. El acercamiento de la vendimia de los años. Todo depende de la perspectiva.

Hay un poder químico en los números. Ya sean cuarenta, cincuenta, sesenta u ochenta años, la mente es estimulada a sumarlos. En cambio, la ilusión acicatea a contarlos al revés…

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