Tiempo al tiempo

Columnistas, Opinión

El mes decembrino, cargado de expectativas, cohabitando con frustraciones, promociones, y apagones. Aprestándose a finales de campeonato, con la mirada en guerras dispersas, apurando viajes, designaciones y delegaciones emergentes, de cara a economías malgastadas e insuficientes, se deja ver nada emblemático y mucho menos fiestero como solía ser en otros tiempos, un par de décadas atrás.

Entonces, el ambiente tenía colorido, aroma y sonido.

Distendido, pintaba de azul y rojo, y se dejaba sentir cálido, espontáneo y pletórico de algarabías. Con un cúmulo de advenimientos agolpados hacia el final, tenía su arranque en la consabida Fiesta de Quito que, entre gritos y zapateos, hacía del albazo y el pasacalle la instancia melódica de la ciudad, matizada con villancicos navideños, pasodobles toreros y cumbias melódicas de vieja data, animadas por orquestas y bandas de músicos (municipales, parroquiales, vecinales) que instalaban sus sones en las plazas -la de toros incluida- y en la noche del día cinco, lucían en las verbenas populares de los barrios capitalinos.

Ahora es un mes bullicioso. Lleno de expresas manifestaciones de duda, desencanto y empecinamiento dirigido a forzar el enjuiciamiento político de la Fiscal General a como dé lugar, entre otros intentos y anuncios similares.

En función de esos cometidos las fuerzas políticas avecindadas en la asamblea y en otras instituciones del estado, abierta o discretamente, dejan saber de esas “sus intenciones” para apurar el paso y pescar a río revuelto.

En realidad, poco importa la crisis económica nacional y ni se diga el tema de la corrupción o la inseguridad. Mientras más feo se ponga el ambiente, mayores y mejores serán los réditos que se generarán para quienes saben escoger sus pasos en atención de esos menesteres. ¡Los frutos llegarán! Bien lo saben. No de otra forma se explica que se congreguen en derredor de la supuesta víctima, para asegurarse un espacio y mostrarse como acreedores del desenlace.

Conocen de los impedimentos legales para que aquello suceda, pero sin embargo insisten y presionan. Son expertos en crear distracciones políticas que hagan cambiar el foco de atención para posicionar sus imaginarios y asegurar sus escenarios y resultados.

El precio de la fama no sólo es el título de un programa de telerrealidad que inunda la mirada de angustiados televidentes que se impactan con los pasajes grotescos de convivencia y los desenredos de parejas de influencers, facilitadores, actores y actrices auto secuestrados a la virtud de sobrellevar sus penas -in extremis- por el solo afán de figuretear y ser ganador.

En el ámbito del hacer político también estamos encharcados de aquellas personas que sólo quieren sobresalir en una foto, reunión o video, para “sumar fama”, ser conocidos y proyectar imagen que, en el corto plazo, influya para ser considerado o tomado en cuenta.

Mientras tanto, el país continúa sumido en la desconfianza, la inseguridad, la corrupción y la iliquidez. Ensayando medidas de acción urgente para intentar superar el panorama heredado sin beneficio de inventario.

Esta es la imagen recurrente que se palpa en cada salida de las estaciones del celebrado y funcional “Metro” de la ciudad, y en cada uno de los territorios nacionales apartados y distantes, porque se ha vuelto carne de la carne, macerado merced al trabajo ineficiente de autoridades que transitaron sin dejar huella, o que, la que dejaron fue de tal naturaleza que el recuerdo quiere olvidarla sin más trámite.

Estamos convocados a esperar que, la oportunidad que tenemos a mano haga posible el proceso que esperamos con tanta avidez, pese a las adversidades e imponderables a sortear en el camino.  Dar tiempo al tiempo, dice el refrán. (O)

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