TEMPERATURAS / Mario Fernando Barona

Columnistas, Opinión

Le invito a analizar los últimos acontecimientos de pérdida de libertades, violencia extrema, terrorismo y muerte que vivió el Ecuador con el último paro indígena a la luz de otra óptica, a la luz de los triunfos y conquistas que habrían obtenido los manifestantes considerando la temperatura o intensidad de sus luchas, es decir, revisaremos si los resultados -favorables o no- fueron directamente proporcionales a la crueldad de sus actos: a mayor ferocidad mejor botín, o a menor fiereza victorias más modestas.

Y para hacerlo, habrá que preguntarse también si en el contexto de la historia universal esos signos de cruenta barbarie y sanguinaria virulencia en las explosiones sociales (que no han sido pocas ni de despreciable intensidad, lamentablemente) finalmente valieron la pena y resultaron positivas para saciar las exigencias de los protestantes a través de los tiempos.

La respuesta en todos los casos es simple: cualquier acción violenta, por más pequeña que sea, jamás conlleva lauros sino todo lo contrario, pérdidas de todo tipo para las partes. Ya lo dijo Ghandi: “Me opongo a la violencia porque cuando parece que hace el bien, el bien solo es temporal, el mal que hace es permanente.” Lo cual significa que, en nuestro caso, los indígenas “se salieron con la suya” (así, entrecomillado) no porque fueron muy violentos, obtuvieron lo que obtuvieron a pesar de su violencia y eso en absoluto significa que hayan ganado nada.

Ahora, si tomamos como referente la temperatura, calórica en el caso de la tecnología y social en el caso de los conflictos humanos, veremos claramente que la relación entre las dos es contrapuesta: mientras mayor es la temperatura en tecnología, mayores serán los niveles de crecimiento y desarrollo de los pueblos; en cambio, a medida que la temperatura crece en las revueltas populares, menores serán los logros y conquistas que se alcancen.

Confirmo lo dicho con el siguiente dato: producir temperaturas elevadas fue (y lo sigue siendo) uno de los criterios para evaluar el estado tecnológico de una civilización. En la Edad de Piedra no se superaban los 300 a 400 °C; en la del Bronce unos 1.100 °C; en la del Hierro de 1.500 a 1.600 °C; y en la actualidad, los científicos han sido capaces de producir temperaturas extremadamente elevadas durante nanosegundos, hablamos de aproximadamente cuatro billones (con b) de grados centígrados.

En conclusión, tecnología y sociedad se cocinan a temperaturas opuestas. Si queremos evolucionar tecnológicamente, habrá que subir la temperatura; pero, si lo que queremos es reclamar derechos y evolucionar como personas, será preciso bajarla.

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