Realidad presente / JAIME GUEVARA SÁNCHEZ

Columnistas, Opinión

Analizando el año, uno se inclina a conjeturar sobre sinnúmero de cosas, proyectos que estructurados en enero pasado crearon la sensación de haber descubierto la piedra filosofal. Bueno, ni tanto ni poco. Algunas ideas han funcionado y han producido más que unos dólares, satisfacciones de otro orden.

El factor que inquieta al hombre de hoy es el tiempo: «Este mes voy hacer esto y aquello.» Pero sucede que el mes ya no tiene la duración que tenía el mes de nuestros abuelos. O, por lo menos es la sensación humana del mundo presente. Hay que volver a empezar o continuar desde el punto donde este año nos quedamos atorados. Es el ineludible camino establecido para los humanos, vaya usted a saber por quién.

Uno tiende a conjeturar ampliamente sobre la realidad presente. Ya no hay héroes, las dimensiones heroicas del hombre se han perdido. El héroe ya no existe porque a través de los siglos sus bases metafísicas han colapsado. Dice Nietzsche: «Desde Copérnico el hombre ha venido oscilando del centro al punto X». A lo largo de cuatrocientos años de expansión del conocimiento y el incremento de la conciencia propia, el hombre ha visto mermar constantemente el sentido de su yo, de su valor, de su destino. Algo similar a lo ocurrido en la física Einsteiniana: «Cuando la materia se convierte en energía, su masa se reduce»; mientras más aprendió el hombre, más limitado se tornó. O más consciente de su reducido significado.

Después de haber pasado una eternidad acurrucado bajo el ala de un Ser Supremo, de repente el hombre se encontró descastado, condenado a defenderse por sí mismo -con frío, solitario- en un universo que parecía no simplemente desatento sino totalmente ajeno a su existencia.

Si uno extremadamente realista, conviene soslayar la sabiduría de Einstein porque jamás llegaremos a comprender todas las complejidades de sus ecuaciones, excepto aquella de «Masa al cuadrado….» Poner los pies en el suelo, tratar de hacer de la verdad camino de vida, y darle al tajo como condenados a morir martillando el yunque perpetuo. O como el Gran Jefe disponga. ¿Quién?

Y sobre el tiempo, el corolario inevitable. A los marchantes comunes de hoy no nos queda otro argumento que admirar a nuestros abuelos, bisabuelos, tatarabuelos, que disfrutaban de tiempo a raudales, tanto que, inclusive, ¡podían hacer doce guaguas al hilo… sin despeinarse!

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