Que se vayan todos, que no quede uno solo / Fabricio Dávila Espinoza

Columnistas, Opinión

En el deporte los aficionados expresan sentimientos de alegría, triunfo, euforia, pesar, desasosiego… y cuando los resultados son reiteradamente negativos, los hinchas gritan a una sola vos ¡que se vayan todos, que no quede uno solo!

Este canto no surgió en el ámbito deportivo, sino durante las protestas desatadas a raíz de la crisis de diciembre de 2001 en Argentina. La consigna era el reflejo del desencanto generalizado de los ciudadanos respecto a sus dirigentes, exigiendo la renuncia masiva de todas las autoridades.

Más allá del fútbol, donde los fanáticos enojados piden la cabeza de todos: jugadores, entrenadores, directivos,… La sociedad no funciona de esta forma. La anarquía total es imposible. Alguien tiene que gobernar.

Este momento, los poderes Ejecutivo y Legislativo están en deuda con el país. La mayoría de ciudadanos desaprueba la actuación de los asambleístas y del presidente Lasso; una cantidad significativa se manifiesta a favor de la destitución del primer mandatario; hay quienes aplauden la decisión de cesar en sus funciones de la Asamblea Nacional y muchos desearía que se vayan todos. 

La situación actual del país nos pone nuevamente a merced del populismo, cuya característica es la denuncia a la elite política y al conjunto de los partidos políticos tradicionales, para presentarse como los verdaderos representantes y salvadores de los intereses de los más pobres. Hugo Chávez, Evo Morales, Kirchner,… fueron los herederos del desencanto de la población frente a la clase política que llevó a la pobreza a millones, pero no resolvieron la miseria en sus respectivos países. Rafael Correa, tampoco lo hizo en nuestro país.

El desastre político de la Derecha ecuatoriana hace que estemos nuevamente a merced del populismo que dice oponerse al neoliberalismo, pero que tiene dirigentes aburguesados viviendo bajo todo tipo de lujos y confort, como magnates alejados de los verdaderos pobres. Estamos frente al posible retorno del discurso antimperialista agresivo y de pura confrontación con todos que no estén dispuestos a venerar la memoria del Che Guevara.

El fracaso del Gobierno del Encuentro, no debería convertirse en el pretexto para devolver ciegamente el poder a quienes no saben usarlo, sino para beneficio propio. Que se vayan todos, sí, los que no han entendido que el poder se traduce en servicio; pero que no vuelvan los que dejaron hipotecado el país, los de la década perdida, los de las manos limpias y los corazones ardientes. (O)

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