Psicoanálisis de un lagarto / Dr. Guillermo Bastidas Tello

Columnistas, Opinión

Del latín lacartus, un lagarto es un reptil terrestre que pertenece a la orden los Saurios. 

Con el perdón del lagarto, me referiré a un homo saphiens corruptus, revolucionarius, de manos limpias, corazones calientes y mentes ardientes, muy ardientes que a veces se vuelven calenturientas.

El lagarto, cuenta con cabeza ovalada, media calva por tantas tomaduras de pelo, una boca grandota, casi doble mucha, pero sensual, su hocico está lleno de dientes filosos, cuerpo esbelto al estilo fresa, con cuatro patas cortas pero largas para meterlas en la justicia y el Consejo electoral y piel cubierta con paspa y escamas que les protege de los problemas legales del código civil y penal.

Son muy ágiles, vivísimos, muy corruptos, infectos, putrefactos y corrompidos; en la mayoría de los casos, se alimentan de coimas, diezmos, sobornos, 10 % de los contratos, del impuesto a los nombramientos, clausuras y de los contratitos a dedo.

 Los lagartos revolucionarios son muy ofensivos al progreso, desarrollo y cultura de los pueblos; sin embargo, vinieron, ganaron elecciones fraudulentas y siguen quedándose como rémoras y parásitos en los grandes poderes del Estado.

La cola del lagarto suele ser bastante larga y suele confundirse con el rabo de paja de los politiqueros.

Una de las características más fascinantes de este grupo de animales es su capacidad de dejar su cola atrás, un recurso muy eficaz para defenderse de otras especies en momentos de peligro, en casos de corrupción se desprenden de su cola y distraen a la despistada justicia, que por ir tras la cola pierden la cabeza de la mafia.

La utilidad de la cola del lagarto revolucionarius es variada, ya que le permite mantener el equilibrio mientras corre con grilletes, le permite escapar de sus enemigos políticos, le permite trepar por las cloacas del estado, le permite colgarse como guirnaldas en los sobacos de los tiranos. Ante una amenaza, desprenderse de la cola puede servirle al lagarto revolucionarius para aligerar el paso, para confundir a sus perseguidores y para tener el tiempo suficiente como para escapar de la justicia lenta.

Tiene una lengua bífida que capta las presas de la corrupción, la carroña corrupta y que con habilidad y finura las traslada a un órgano sensorial del hocico, que le marcará el camino a seguir, para corromperse y corromper.

“Lagarto que traga no vomita”, dice la cultura popular cuando se percata que lo robado por los corruptos ya no se puede recuperar. 

En nuestra triste historia de corrupción, casi nunca, se ha logrado hacer justicia con los responsables del robo estatal; obviamente los jefes de la mafia politiquera, los Lagartos o Dragones del Komodo han gozado ampliamente de impunidad y desgraciadamente nunca se ha podido recuperar ni un centavo de los recursos públicos tramposamente robados. 

Pero los padres de la patria han dicho, obviamente no todos “recuperar lo robado, eso sí que no”; puesto que lagarto que traga no vomita. (O)

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