Prójimo y prójimos / Jaime Guevara Sánchez

Columnistas, Opinión


Rodando por la carretera veo en la retaguardia de un vehículo un letrero qué dice “Todo el mundo es bueno”.  ¿Cuánto hay de verdad o mentira en dicha afirmación? Las dudas multiplican por qué somos propensos a ver la paja en el ojo ajeno y no la viga En el propio.

En los actos religiosos el celebrante invita de asistentes, a todos sin excepción, a qué se reconozcan pecadores y pidan perdón al Gran Jefe. Quizás unos ejercen la petición, pero no todos..

En el padre nuestro pedimos el Gran Jefe qué perdone nuestras ofensas, así como nosotros perdonamos a los que nos ofenden, aunque no sintamos esa necesidad por no considerarnos muy pecadores. A los que nos ofenden, en el mejor de los casos, tratamos de olvidarlos, y en el peor de los casos los llevamos al juzgado.

Como por otra parte juzgamos severamente a los demás, estamos en la situación del fariseo y el publicano que subieron al templo a orar, como dice el Evangelio. El publicano que se reconocía pecador resulta perdonado y el fariseo que daba gracias al Gran Jefe por no ser como el publicano, no.

Es curioso que ahora qué tanto se habla de robos, de cohecho, injusticias, de delitos y abusos múltiples, la idea del pecado a desaparecido del mundo y solo se hable de delitos y tribunales. Cualquier daño que se hace al prójimo, bien de forma individual o formando parte de la sociedad, es una falta que necesita el perdón de Gran Jefe, aunque nuestros códigos y tribunales le impongan algunas penas con los absuelvan. Las sentencias judiciales no borran los deslices.

Por si alguien no lo recuerda o no lo aprendido nunca, los pecados que nos afectan a todos son: soberbia, avaricia, lujuria, ira, gula, envidia y pereza. Y las virtudes que habría que practicar: humildad, generosidad, paciencia, templanza, caridad y diligencia.

¿Si no nos reconocemos infractores para que queremos la divina misericordia? (O)

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