PERMANENTEMENTE VULNERABLES / Mario Fernando Barona

Columnistas, Opinión

Durante el primer año de vida no hay otro ser en el planeta más vulnerable que el humano, tanto así que muchos investigadores afirman que los humanos tenemos en realidad una gestación de veintiún meses: nueve dentro del útero y doce en el exterior, lo que llaman una exterogestación que es el periodo que necesitamos para madurar después del nacimiento en unas condiciones lo más parecidas posibles a las que teníamos dentro del útero materno.

Al ser la especie más inútil de todas -no podemos sobrevivir por mucho tiempo sin ayuda- somos, por tanto, completamente dependientes y necesitados de atención continua durante el primer año a través de contacto físico y cuidados muy cercanos al menos hasta que el bebé pueda desarrollar su capacidad de comunicarse y andar por sí mismo. En resumidas, los bebés humanos nacemos muy inmaduros y altamente vulnerables por razones fisiológicas.

Dicho esto, si usted piensa aliviado que ahora que es adulto ya no depende de nadie para sobrevivir, que esa gran vulnerabilidad que tenía de chiquillo se fue para siempre y que en la medida de lo posible bien podría reaccionar para defenderse de amenazas exteriores que atenten contra su integridad, solo recuerde que llegará una edad en la que su cansado cuerpo ya no podrá y que posiblemente necesitará de alguien que le asista para seguir viviendo, sino de manera literal, al menos dignamente. Sí, nuestros viejos vuelven a su segunda niñez, otra vez muy vulnerables.

Pero más allá de la edad cronológica de una persona, usted en este mismo instante está siendo extremadamente vulnerable, de hecho, mucho más que en ningún otro momento de su vida: estamos a las puertas de una Tercera Guerra Mundial provocada por una sola persona, un desquiciado insufrible que podría convertirse en el más grande asesino que ha parido la humanidad desde siempre.

Y como hemos visto, normalmente los bebés y algunos adultos mayores son los más vulnerables sin que tengan real consciencia de aquello porque los dos dependen de alguien para sobrevivir y por lo general ese alguien siempre está a su lado haciéndoles sentir que están protegidos. En cambio, a esta nueva vulnerabilidad que pende sobre el mundo entero cual espada de Damocles nadie escapa, porque de entrada somos perfectamente conscientes que nuestra vida y/o futuro corren un riesgo inminente, pero no podemos hacer nada porque a diferencia de niños y ancianos esta vez no tenemos a nadie a nuestro lado para protegernos y garantizarnos paz. Ocho mil millones de personas estamos solos, impotentes, a merced de un loco y despiadadamente frágiles.

Con Putin, de la noche a la mañana, todos nos hemos vuelto permanentemente vulnerables.

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