Oriente y occidente / Kléver Silva Zaldumbide

Columnistas, Opinión

Cuando nos internamos en el estilo de vida oriental no observamos un ma­terial de carácter filosófico ni religioso en el sentido occiden­tal, lo que encontramos se aproxima más a la psicoterapia. Esto puede parecer sorprendente, pues esta es, para nosotros, una forma de ciencia, algo práctico y materialista por definición, mientras que a las culturas mencionadas las tenemos por esotéricas en extremo, vinculadas con regiones del espíritu y casi totalmente ajenas a este mundo. Esto se debe a nuestra escasa información sobre las culturas orientales que, con su alto grado de sofisticación, les otorga un aura de misterio sobre la cual proyectamos nuestras fantasías. Sin embargo, el objetivo básico de estas formas de vida es de una asombrosa simplicidad, al margen de todas las complicaciones concernientes a los poderes psíquicos que actúan como una cortina de humo capaz de extraviar indefinidamente a crédulos y cu­riosos.

La semejanza principal entre estos estilos de vida orien­tales y la psicoterapia de Occidente reside en su similar preocupación por provocar cambios de conciencia, alterando nuestras maneras de sentir, nuestra propia existencia y nuestros vínculos con la sociedad humana y el mundo natural. La psicoterapia se ha interesado, mayormente, por cambiar la conciencia de ciertos individuos afectados por perturbaciones especiales. Las disciplinas orientales en cambio, conciernen al cambio de conciencia de personas normales y socialmente integradas. Pero a los psicoterapeutas les resulta cada vez más notorio que el estado de conciencia que nuestra cultura considera normal es no sólo contexto, sino también caldo de cultivo de las enfermedades mentales. El conjun­to actual de sociedades, de vasta “prosperidad” material, abocadas todas ellas a su mutua destrucción, no parece probar, precisamente, la existencia de una salud social apreciable.

A pesar de todo, el paralelismo entre la psicoterapia y lo que he podido diferenciar con Oriente no es exacto, y una de las diferencias más importantes nos la sugiere el prefijo “psico”. Históricamente, la psicología occidental se ha encaminado al estudio de la psiquis o mente como entidad clínica, en tanto que las culturas orientales no categorizan mente y materia, alma y cuerpo, del mismo modo que las occidentales, sino una integralidad. La psicología no puede permanecer al margen de la auténtica revolución que ha afectado a la descripción científica durante este siglo, revolución que ha tornado obsoletas a las concepciones de entidades y substancias tanto mentales cuanto materiales. Ya sea procesos químicos, formas biológicas, estructuras nucleares o conductas humanas, el lenguaje de una buena parte de la ciencia occidental se basa simplemente en modelos cambiantes de relación y un jugoso negocio de pocos. Las formas menos mecánicas y más humanizadas de educación oportuna acerca del respeto a los demás, el amor al prójimo y el sentido de humanidad harían que exista una verdadera y fácil conservación de la sociedad. (O)

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