No hay que desperdiciar la vida / P. Hugo Cisneros C.

Columnistas, Opinión

En días pasados tuve la oportunidad de visitar el siquiátrico Sagrado Corazón de la ciudad de Quito y alguien con mucho amor me felicitó diciéndome que hago una cosa buena porque “lo necesito y me va a hacer bien”. Y creo, luego de mi visita, que aquella persona que me auguró semejante cosa tenía razón. Siempre me hizo bien visitar hospitales siquiátricos, centros de recuperación, sencillamente porque me hizo valorar lo que soy, me hizo descubrir lo grandiosa que es la vida que tengo entre manos, que gran valor tiene la salud; pero lo que más importante es que pensé mucho en los jóvenes que teniendo una gran oportunidad en la vida, la desperdician y la botan.

Solamente cuando uno tiene contacto con la desgracia de los demás es cuando comienza a valorar las muchas cosas de las que carecen los “internos” y que tenemos todavía nosotros los “externos”.

Luego de esa visita quise pensar en algunas cosas que ahora las anoto brevemente para la reflexión de los jóvenes que me honran con su lectura. Primero: Muchos de los internos son fruto de una vida disoluta y mal llevada de sus antepasados. Ellos, están pagando el precio del ayer malvivido, del ayer desperdiciado. Cuantos hijos de alcohólicos sufre hoy en dichos hospitales, sin culpa, las taras propias de una herencia trasmitida.

En segundo lugar he pensado que el mal que hacemos en nuestros años mozos siempre tienen su proyección histórica: cuando nos “dañamos a nosotros mismos”, estamos dañando a los que vendrán. Por eso, en tercer lugar, yo creo que los jóvenes que se abren a la vida tienen que considerar la importancia histórica de todos y cada uno de sus actos. Cualquier cosa que hagan a favor o en desmedro de su existencia, los jóvenes están simplemente construyendo o destruyendo su futuro, y lo que es más están complicando el futuro de los demás que serán el fruto de un proceso generativo que se da en la raza humana.

En cuarto lugar me gusta pensar en el bien que les haría a los jóvenes visitar de cuando en cuando aquellos centros de reclusión en donde los “enfermos”, cuestionarían todas nuestras bases de conocimiento sobre el hombre porque allí, en dichos hospitales, los “internos”, nos presentan el rostro doloroso y mistérico de lo que en realidad es capaz de hacer el hombre. Que bien debe hacer a los jóvenes, al pensar en estas situaciones, el rectificar sus actos, el valorar el gran don de la vida, el aprovechar el regalo del tiempo y la salud que ellos-tienen.

Como los jóvenes, no pensarían en ser más responsables, más decididos en enrumbar sus pasos por el camino del bien, de la honestidad. Mientras puedan, los jóvenes están en el momento de construir antes que en el de destruir. Mientras puedan y aprovechen las oportunidades, los jóvenes están en el tiempo de “ir para adelante” y no convertirse en “estacionarios que vegetan”. Mientras los jóvenes valoren las oportunidades que tienen y las aprovechen, hay seguridad de un futuro nuevo y renovado. Mientras los jóvenes, de hoy no se “enfermen y se dañen a si mismos”, aseguramos un mañana sano que es garantía y base del hombre nuevo que el futuro necesita y exige.

Para terminar, quiero expresar que la experiencia que tuve en días pasados, a decir verdad. “a los tiempos”, sirva no tanto para mover los pasos juveniles por miedo o temor, sino para encaminarnos por los senderos de la honestidad, la responsabilidad y seriedad de vida por profundas convicciones. La vida se la va haciendo, desde ahora, por medio de pequeños pasos. Es más fácil recorrer un camino paso a paso antes que recuperar lo perdido a fuerza de saltos y brincos.

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