Muerte con dignidad

Columnistas, Opinión

Solo nueve países en el mundo son  los que permiten la eutanasia y, entre estos, desde 2014, Colombia; es uno de los  países que tiene en su legislación una “muerte digna” que no es más que una decisión consciente que permite bajo un protocolo médico terminar la vida de una persona que padece sufrimiento insoportable o sufre una enfermedad crónica, grave, terminal o degenerativa. La eutanasia es un acto de empatía y compasión por medio de la alternativa de un final pacífico y autodeterminado.

En el país existe un caso específico, una persona de sexo femenino, ella sufre de esclerosis lateral amiotrófica; una enfermedad catastrófica que merma su autonomía y genera dolor constante. La demanda de la femina fue admitida a trámite en la Corte Constitucional el 29 de octubre del 2023 y tuvo su desenlace el 20 de noviembre; sus abogados demandaron la inconstitucionalidad parcial del artículo 144 del Código Orgánico Penal en lo que respecta al homicidio simple y así no castigar a quienes buscan una muerte digna en el país, creándose con ello una excepción de muerte por piedad. Y en línea con los otros nueve países que facilitan una muerte digna, no es que se permite así porque así, sino que al abrir esta puerta se deben cumplir determinadas condiciones contempladas en las siguientes salvaguardias estrictas: Como certificación médica de que es una enfermedad incurable que produce graves sufrimientos físicos o emocionales. Declaración de voluntad emitida por la persona consciente libre y voluntariamente. Que sea un procedimiento médico protocolizado. ¿Qué nos impide pasar del “ya no sufre más” al “tuvo una muerte digna”? Hablar sobre la eutanasia nos desafía a examinar nuestros valores y creencias en torno a la autonomía personal y el sufrimiento humano. Muchos familiares de los delicados de salud, cuantas veces hemos escuchado ya ¡Diosito lindo llévale para que no sufra más! Al poner este tema sobre la mesa, estamos reconociendo la complejidad inherente a las decisiones al final de la vida y abriendo un diálogo que puede cambiar la forma en que comprendemos y abordamos el sufrimiento humano.

Hablar sobre la muerte digna es un acto de madurez y apertura mental. Es reconocer que la muerte es una parte inevitable de la vida y que, en algunos casos, permitir que llegue de manera digna puede ser un acto de amor y respeto. No se trata de glorificar la muerte, sino de comprender que, al hablar sobre ella, podemos influir positivamente en la forma en que vivimos y cuidamos de aquellos que enfrentan el final de sus días.  Si constantemente los cuerpos legales en materia de derechos humanos evolucionan hacia vivir con dignidad, ¿por qué no podemos morir con dignidad? (O)

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