Montalvo en el periodismo / Lic. Mario Mora Nieto

Columnistas, Opinión

            A la memoria de: A. Carlos Pangol

La figura de Montalvo, como escritor, ha sido destacada nítidamente en el campo del ensayo, género en el que sin duda brilló a gran altura, al punto de ser considerado como el iniciador del ensayo moderno en la Lengua Castellana.

Pero, sin duda, otra de sus facetas bien definida y valorada es la del formidable polemista, puesta de manifiesto en el campo del periodismo que tuvo su máxima expresión en El Cosmopolita, en El Regenerador, El Espectador, en la Candela, que al decir de Unamuno eran la “expresión del alma ardorosa y generosa de Montalvo”.

El gran maestro fue un defensor fervoroso de la libertad de expresión, puesto que sus escritos fueron perseguidos y objetados por los Gobiernos de turno y por la Iglesia Católica. A propósito, en El Cosmopolita Tomo I, expresaba que “reinando Don Gabriel García la prensa ha estado con bozal, enmudecida, bien como el ladrón de casa suele hacer con el fiel perro, para que de noche no haga ruido. Los propietarios de imprenta perseguidos unos, corrompidos otros; los oficiales y cajistas fugitivos unos, en las cárceles otros, gran dificultad de publicar ningún escrito. La prensa permanentemente amordazada”.    

Sin embargo, Don Juan tenía muy claro el concepto de la ética profesional en el periodismo. Expresaba que un Comunicador Social no debía ponerse al servicio de protervos y nefastos intereses. El mismo decía: “Mi pluma no es cuchara”; por esto, sus escritos jamás estuvieron dirigidos a otra causa que no sea la defensa de la libertad, la democracia, los derechos de su pueblo y, la difusión de los grandes valores humanos. Con razón se dice que las obras de Montalvo son un verdadero “catecismo cívico y patriótico”.

En los Siete Tratados, deja muy en claro los preceptos de la ética del periodismo, cuando expresa:

“Los periodistas de probidad no llaman ladrón al hombre de bien; los periodistas verídicos no publican mentiras a sabiendas; los periodistas honestos no se estrellan contra la moral; los periodistas dignos y generosos no venden su lengua para la difamación; los periodistas inteligentes no menosprecian el talento; los periodistas no persiguen de muerte al patriotismo; los periodistas libres no viven empeñados en mancillar a los amigos de la libertad; los periodistas decentes no andan derramando estiércol por el santuario de las ideas y las virtudes.

Criticaba duramente el despropósito de ciertos medios que por el sensacionalismo no respetaban absolutamente a nadie, ni observaban las más elementales normas de la ética profesional. Al respecto, en “El Espectador”, expresaba:

“El periódico al paso que va, no tardará en violar el sancta santorum de las costumbres, del hogar doméstico. Qué digo, no tardará. Ya lo ha violado, ya lo ha invadido. Para el periodista no hay cosa sagrada, para el reportero no hay llave santa; el tabernáculo, la alcoba, el lecho están dentro de los términos de su jurisdicción; y, nadie puede nacer, casarse ni morir, sin que su vida sea descompuesta, analizada, sin que sus virtudes y sus vicios, sus triunfos y sus desgracias, sus risas y sus lágrimas sean sacudidas de la ventana a la calle, con esta desenvoltura que viene a ser gran desvergüenza.

No se respeta ni la intimidad. Si las ventajas que proporciona el periódico son mayores que los daños que causa, yo no lo sé; pero si sé que el periódico, tal como lo usan los filántropos, los sabios, los patriotas, los amigos de la libertad, los hombres justos, los hombres de bien, es uno de los descubrimientos más útiles de estos siglos y una de las victorias de la inteligencia”. (O)   

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