Meditaciones / Jaime Guevara Sánchez

Columnistas, Opinión

Tres o cuatro días después que el Año Nuevo ha comenzado ya no sucede nada especial, que es lo que hace a estos días especiales.

O días cuando finalmente todo vuelve al estado de rutina normal. Los parientes se han marchado a sus casas; No sin antes recordarnos que junto al chucha aquí de enero llega a la hora de pagar impuestos.

Si usted armó un gran alboroto, o se acurrucó tranquilamente en la cama, o los tragos duraron muchas horas, el fin de las festividades llega porque llega.

El calendario ejerce su fuerza decisiva. Hay que limpiar y ordenar la revolución de la casa. Guardar las sobras en la refrigeradora para los “ calentados “ correspondientes. Por reacción culinaria maravillosa-desconocida para los neófitos-, “ el calentado es un plato más sabroso que el original.” ; afirmación indiscutible de la abuela, chef incomparable de la familia.

Algún rato comienzo a hacer los pactos secretos conmigo mismo. La clase de pactos que usted no lo dice a nadie porque no quiere que le vayan a pescar en cosas demasiado ingenuos, como hacer promesas de Año Nuevo. Conviene mantener estos bártulos idealistas sólo para sí mismo, de manera de no quedar como calzón remendado en caso de incumplir uno o varios juramentos.

Hoy en la mitad del camino de la vida; o en mi caso, dejando a un lado engaños piadosos, en el extremo final del último cuplé, uno se pone a meditar en el tiempo, en su duelo vertiginoso.

¿Qué es lo qué pasa?  ¿No será que algún poder supremo cósmico nos está haciendo una jugada chueca que no alcanzamos a comprender?

Llega el mes, el día, la fecha y no hay más vueltas que dar. Si usted ha cumplido con tus metas del año felicitaciones. Si no, los sabios aconsejan volver a los juramentos de amor, de trabajo. Dedicarnos todos a crear algo que de propósito y significado a la vida… todos, los pacientes lectores, inclusive el suscrito, marchante común de estos pagos…

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