MEDICINA INTEGRATIVA ORIENTAL: Síntomas de salud / Klever Silva Zaldumbide

Columnistas, Opinión

¿Existe las categorías absolutas llamadas salud y enfermedad o simplemente hay seres humanos que estamos más o menos sanos y enfermos?

Hay signos de buena salud que podrían constituir el aspecto irónico de la cuestión, ya que vendrían a ser algo así como los “síntomas de la salud”. Hay uno especialmente importante y que es capaz de ahorrar infinidad de palabras y se llama felicidad. Una persona sana (un organismo sano) es una persona feliz. Por ejemplo: es más probable ser feliz en tiempos de paz que en tiempos de guerra, es más probable serlo si se está alimentado que hambriento, es más fácil serlo si se vive en circunstancias climáticas y sociales favorables, etc. De manera que existen mejores o peores condiciones para vivir feliz y por lo tanto sano.

No estaba equivocado el poeta norteamericano Henry Thoreau cuando decía: «Mide tu salud por la simpatía con que miras la mañana y la primavera». Porque una persona feliz-sana está apasionada con la vida, puede moverse descomplicada, con gracia y teniendo un aspecto decididamente atractivo. Su cuerpo es armónico y equilibrado en proporciones, la mirada es vivaz, así como su lenguaje corporal.

Desde la Medicina Tradicional Oriental se sostiene que una persona sana es la que tiene un alto nivel de energía equilibrada. Una persona sana tiene necesidad natural de ser creativamente expresiva y socialmente útil. No es ninguna virtud, es una necesidad que surge de un equilibrado interior, de paz en la conciencia, con una misma necesidad de amar y ser amado, con derecho y obligación de ser y hacer felices a los suyos, con un bien orientado propósito y sentido de vida. Con necesidad de ejercitar su cuerpo y de leer buenos libros o escuchar buena música. De manera que la buena salud tiene mucho más que ver con un estilo de existir que con una verificación «en frío» del estado de una “colección de órganos”. Debe insistirse en el hecho real de que la vida es un acontecimiento, un suceso. No es una «cosa» aparte de la secreción biliar, las pesadillas, los movimientos musculares, la relación con las otras vidas y los proyectos personales. Y, pensada en función de nuestro organismo individual, es la resultante de todas las relaciones al interior y al exterior de ese organismo. Es muy limitado entonces, suponer que puede evaluarse «la salud» de alguien que está sentado delante nuestro con la sola exhibición de su cuerpo-mecano y enumerando sus “fallas”. El cuerpo no es «la máquina», el cuerpo somos nosotros. Es importante claro, que pueda y se deba evaluar el estado de los órganos y sus disfunciones, pero es también fundamental y hasta trascendental la relación conflicto-enfermedad. Los síntomas son gritos o susurros, avisos o reclamos, y deben entenderse como la parte emergente o de alarma de la silenciosa enfermedad que nos amenaza, pero ¿qué hay por debajo, en las profundidades del cuerpo-mente- espíritu? Más allá de los posibles mecanismos intermedios (disturbios funcionales, infecciones, procesos degenerativos, etc.) la verdadera enfermedad está en la disociación del ser, en su dificultad para vivir coherentemente integrado entre su interior y el exterior.

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