Mandaba a lavar sus camisas a Londres. 1824 / Pedro Reino

Columnistas, Opinión

Frente al mar hay mucha más plata que en los montes. Los ricos de verdad, los que tienen el mar como su patio, con recursos e iniciativa, juegan a comerciar con quien les place a las buenas o a las malas. Siendo dueños de fortunas viajeras, hacen leyes a su gusto para vivir protegidos en los pueblos que les toca gobernar mientras duran sus largas vidas. En esas ciudades, la plebe solo es parte del paisaje. Se les da la ilusión de creerse ciudadanos. Las cédulas de identificación  les sirven para su condición de contribuyentes y para poder identificarlos como autores de sus historias de atracadores y malandros, además de corsarios de las involuciones legislativas.

Enrique Swayne había dejado su lejana Escocia en el Reino Unido para buscar algún parecido entre la niebla del Callao. Ahí se puso a buscar similitudes con el pequeño puerto  de donde procedía, que se llamaba Dysart. Atrás venía dejando historias de mujeres belicosas y campesinas de faldas cuadriculadas que hacían decir a la gente que “donde hay una vaca, hay una mujer; y donde hay una mujer hay malicia”. Había llegado a Lima en 1824, es decir, nuestro personaje llega justo el año de la batalla de Ayacucho, cuando se está corriendo la suerte libertaria del Perú. Se pasó 10 años levantando una fortuna con hombres que quedaron libres para comerciar  sin el estorbo de España; llenos de indios y negros que no entendían esa libertad.

Se sabe que en 1833 Enrique Swayne regresó a Liberpool en búsqueda de su hermano Roberto que tenía el establecimiento de negocios llamado “Swayne Reid y Co.” Según las notas de historieta narradas por el guayaquileño Rodolfo Pérez Pimentel (El Ecuador Profundo, tomo 2, Guayaquil 1988) “En 1834 volvió al Perú y dedicó sus mejores horas a las faenas agrícolas y muy especialmente al cultivo y transformación de la caña de azúcar, para lo cual fundó varios ingenios en la región de Cañete.  Con el tiempo compró las haciendas Quebrada, Casa Blanca, Cerro Azul, El Chical, Ungara. La Huaca, Santa Bárbara, San Jacinto de Nepeña, Punguri, Santa Rosa, Mocache, Puente de Piedra y Huancarpón, que le producían caña convirtiéndose en el rey de la región”. ¿Contaron? Son 13 haciendas  para endulzar los mares.

En el Cañete de don Enrique Swayne y Wallace, según el mismo investigador, circulaba moneda propia: billetes, monedas de plata, de niquel y de cobre. Este dato hay que volverlo paralelo con lo que hizo el banquero Urbina Jado en Guayaquil, el hijo del ex presidente José María Urbina, quien  también hizo circular su propia moneda cien años después. Los buenos ejemplos de los inversionistas, siempre dejan lecciones a seguir.

Estando en una visita en Lima, dos guayaquileños llamados Matías Sotomayor Luna y Miró, y Nicanor Márquez de la Plata Plaza, llenos de apellidos y de urgencias amorosas, conocieron a las señoritas limeñas Carlota y Enriqueta Swayne y Méndez la Chica. No se diga más, y losmonos de Guayaquil se desposaron un 21 de mayo de 1854 en la parroquia de San Sebastián en Lima. Según el decir de las lenguas entendidas en genealogía,  las dos hijas ‘naturales’ de  Swayne fueron homenajeadas por su generoso padre “con la bicoca de 50.000 pesos fuerte oro, para que cada uno de los yernos los gastaran en alfileres, si así lo querían”. Formadas las familias y pasados los tiempos, los Sotomayor y Luna pasaron a vivir en Guayaquil; y un tiempo después sus primos Márquez de la Plata Plaza, a la muerte de su padre en Lima.

Cosas de gente rica que se vuelve extravagante, nos cuenta Rodolfo Pérez Pimentel. Como buen inglés acaudalado: “Cuentan que solía quejarse de la falta de buenas lavanderas en el Perú, y mandaba a lavar  y planchar sus camisas de seda natural y puños de fino encaje nada menos que a Londres, de donde se las regresaban a los tres meses, blancas e impecables y a entero gusto. Habría tenido algunos cientos de ellas porque el viajecito, a la par que el costo, era demorado”.  Una nueva historia de la opulencia  se sabe que existió con la señora de Sotomayor y Luna, quien hizo que su esposo le construyera una mansión en la 9 de Octubre y Chimborazo, en el boulevard. ¡Una maravilla ser acaudalado en Guayaquil! (O)

 

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