LOS DELINCUENTES NO MUTAN / Mario Fernando Barona

Columnistas, Opinión

Con el fin de burlar la justicia, algunos narcotraficantes suelen practicarse cirugías plásticas radicales en el rostro hasta transformar completamente su fisonomía. Después de varias intervenciones son nuevas personas, con nuevas caras y hasta nueva identidad.

Hay otro tipo de delincuentes, los políticos -también muy peligrosos para la sociedad- que al ser personajes públicos les resulta inoficioso cambiarse de cara, ellos deben resignarse a seguir con la misma ‘cara dura’ de siempre. No obstante, en dos de ellos, el implacable destino y la lujuriosa vanidad respectivamente, obraron con importantes transformaciones fisonómicas. El primero, aquel delincuente prófugo en Bélgica quien en solo diez años y sin necesidad de ningún especialista estético cambió de una cara auténtica, jovial y juvenil a otra completamente marchita, grotesca y desalmada, constituyéndose en el más claro ejemplo de cómo actúa el odio en la expresión facial de una persona. El segundo, la de su compinche, ese otro maleante que a finales del 2017 ingresó preso a la cárcel 4 casi calvo y un día apareció -nadie sabe cómo- con abundante pelo, y que hace pocos días, al salir libre irregularmente de la cárcel de Latacunga, lo hizo incluso con arete.

El ser humano tiene alrededor de 10 000 trillones de células en su cuerpo, la mayoría de las cuales viven máximo un mes, a excepción de las cardiacas y las hepáticas que viven varios años. En cualquier caso, está confirmado científicamente que en un largo proceso que dura nueve años aproximadamente todas y cada una de las células de nuestro organismo son completamente renovadas, cada nueve años no queda ni un pedacito de lo que fuimos, nada, es decir que a nivel celular cada nueve años todos podemos considerarnos personas cien por ciento nuevas. Pero hay más, todos llevamos una carga de alrededor de dos kilos de células muertas en la epidermis (la parte más exterior de la piel) que va desprendiéndose todo el tiempo en miles de millones de pequeñísimas motas invisibles.

Ahora bien, si siempre estamos cambiando y aunque no lo notemos mutamos permanentemente por dentro y por fuera, en el caso de los -políticos delincuentes- la realidad es muy diferente. Estos, así se sometan a cirugías, así el odio desfigure su rostro o así se pongan pelo, arete y sonrían triunfantes, jamás podrán ocultar varias cosas inmutables: el reflejo en sus ojos de una conciencia podrida; el hedor insoportable del cinismo provocado por la descomunal cantidad de células muertas que en su caso no se desprenden sino que van acumulándose en cada poro de su piel; y como evidente consecuencia, una especie de máscara rígida, pastosa y apestosa que es la que los hace precisamente unos ‘cara dura’.

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