Los chucuris de la política / Pedro Reino Garcés

Columnistas, Opinión

Y es que estamos sintiendo que hemos sido castigados por la Democracia como dependencia de la astucia, porque la manipulación de esta fémina nos va revolcando a los abismos de nuestra desintegración como sociedad con derecho a la dignidad. La Democracia, como justificación y apetencia contemporánea, ha sido secuestrada en esas telarañas  que manejan como sus  trampas, los poderosos. Es posible que en su mismo nombre que engloba la “voluntad popular”, todo empiece disfrazando al primer camaleón que es el poderoso señor Fraude. La voluntad de la gente no tiene garantías en una sociedad donde los lobos controlan los gallineros, o en nuestros términos, donde los chucuris de la política nos ofrecen transparencia y  mucho afecto por la sangre de sus víctimas.

En nuestros campos, el mito del chucuri es muy fuerte y generador de eufemismos por el tabú que significa su omnipresencia. El chucuri es demasiado astuto para no perder su presa. No le gusta la carne, sino chuparse la sangre de sus víctimas a las que no las mata en conjunto, sino de acuerdo a sus necesidades, poco a poco; según su estrategia: una a una. La naturaleza le ha dado una anatomía adecuada, alargada y afelpada, color de una teja,  para que pueda infiltrarse por cualquier hendija y camuflarse en la patria de sus matorrales. Es largo y de hocico puntiagudo y con una perspicacia que parece innata inteligencia para poder escabullirse y camuflarse. Es veloz ante sus acosadores y desde lejos parece reírse de quienes pretenden capturarlo. Vive en el exilio de sus chaparros.  No come venenos porque siempre busca sangre fresca, ni cae en trampas porque inventa caminos. Se ríe de las jaurías que le hacen bulla.

El campesino andino en su impotencia ha optado por algunos mitos: no puede decir su nombre porque es una especie de “ser sagrado”, por eso ha inventado una forma amigable de tratarlo cuando le ha “visitado”. Dice “ha venido el Compadre”. Eso significa que se ha chupado la sangre de sus cuyes succionándoles tan solo por el cuello o por la oreja; es decir, dañándole su medio de información. De los compadres no hay como renegarse porque merecen justificación, respeto y aprecio incondicional. Si alguien desprevenido insulta al “chucuri desgraciado”, sufre amonestación verbal del jefe del hogar o del superior que cree que tratándolo con respeto y reverencia, buscará otro cuyero o gallinero; es decir, otro compadre a quien visitarlo para satisfacer sus innatas necesidades. Así, el chucuri se ampara en la diplomacia  y en esa suerte de adulo público que le respalda la palabra. El chucuri debe creerse compadre de todo el mundo que disimuladamente y en público, no reniega de su trato.

Cuando uno escucha en el campo el sonido metálico de una tapa de olla, o una olla golpeada por un pedazo de fierro alrededor de una casa o en las proximidades de un cuyero o gallinero (como en manifestación de cacerolazos), es que están “ahuyentando al compadre” que es un chucuri con poder. Al chucuri debe disgustarle sonidos que parecen a las manifestaciones públicas de “destemplados”. Debe ser de su gusto los sonidos armónicos, civilizados, de grupos de cámara y con aplausos. Esto quiere decir también que no le gusta el escándalo, sobre todo cuando se predispone a ejecutar sus instintos.

El chucuri, como compadre de muchos sometidos a sus “afectos”, no actúa en grupo, salvo cuando alecciona a algún vástago. El Chucuri es independiente, le gusta defender su liderazgo de caudillo, y lo hace para cuidar de su especie que aprende secretamente la estrategia de su clan, las ubicaciones de sus víctimas  y los horarios del descuido. El chucuri es un excelente calculador de la sicología del miedo que le tiene “su compadre” humano. Cuando el afecto se entremezcla con la subordinación a un miedo secreto, ha triunfado su conducta política y su respeto popular. “Una vez que te has rodeado de personas leales puedes dedicarte a extorsionar” (Acemoglu y otro, El Pasillo Estrecho, p.103).

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