Los bellos ojos de Fanny / Jaime Guevara Sánchez

Columnistas, Opinión



Fanny me recibe en su estudio. En un extremo del escritorio hay una ruma de libros exageradamente voluminosos, son libros en Braille. Fanny es ciega. Responde mi saludo, me invita a tomar asiento. Inicio la conversación sin tener conciencia de la fecha, Día de San Valentín. No hay lugar para superficialidades.

La ceguera de Fanny es causada por algo llamado rinitis pigmentosa. Generalmente ocurre en la adolescencia. Nadie sabe porqué atacó a Fanny antes de nacer. Sus hermanos y hermanas disfrutan de vista normal.

Contemplar a Fanny, escuchar sus ideas, produce un golpe profundo en el alma. Incredulidad de conocer que ella ha sido siempre ciega. Nunca ha visto un rostro humano y si ella palpase uno, no le diría nada porque en su «mundo» no hay nada con que relacionarlo.

«Descubro» que no puedo describirle lo que es un color. Fanny nunca ha visto un color. ¿Cómo puede un describir rojo, azul o verde?. Sin embargo, ella «sabe» que el edredón de su cama es rojo, que sus mejores colores son azul, rojo y blanco; sabe que el cielo es azul y el pasto verde; tiene esos colores separados en su mente. No dejo de maravillarme, ¿qué color será el azul en su visión interior?

Cuando le pregunto qué cosas le inspiraron en su adolescencia, ella dice: «Mi familia, su amor y el carácter de Cristo». Pienso en Cristo en la cruz, casi desnudo con la cabeza caída, sangre en su costado.

Fanny no puede imaginar esas figuras; nunca ha visto un cuadro de Cristo; nunca ha visto una cruz, «no tengo una imagen de Jesús y no me imagino una», comenta.

Ella «ve» solamente su bondad, «hay algunas ventajas de ser ciega», afirma. Puesto que en su vida predomina un solo carácter, la gente tiende a mostrarle el mejor lado del suyo; «cuando están conmigo, todos suavizan sus aristas duras».

Fanny es estudiante universitaria. Caminamos por el campus rumbo a su clase. Hacemos un alto en los escalones de piedra. Es un día de sol esplendoroso. Muchachas y muchachos lo disfrutan sentados sobre el pasto. Fanny no puede ver este día, no obstante lo comparte con nosotros. Y si no tiene ojos, ella tiene su familia, sus amigos, sus libros y su Cristo; y eso es todo lo que importa en su exlstencia.

Fanny camina el tramo final a su clase del brazo de un compañero. Siente que me quedo rezagado, vuelve su hermoso rostro y a modo de despedida me sonríe: «Como ves, tengo mi bastón y siempre hay un brazo amigo».

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