Lo cruel y lo inhumano / Andrés F. Jaramillo

Columnistas, Opinión

La pena de muerte, como potestad del Estado de terminar con la vida de uno de sus habitantes como mecanismo de administración de justicia, es un reto que el pensamiento humanista todavía tiene que enfrentar. Contra esta práctica, con creciente éxito, la humanidad lucha comprometidamente para eliminarla. Incluso, en los denominados países “retencionistas” (aquellos que continúan con esta práctica) poco a poco se ha visto limitada. Tal es el caso, por ejemplo, de EEUU, donde los Estados abolicionistas continúa en aumento, o el en caso Europeo, donde sólo Bielorusia actualmente continúa con esta práctica.

“El corredor de la muerte” o “death row”  es el nombre que se le otorga al espacio donde están recluidos los condenados a muerte esperando el cumplimiento de su sentencia. Las condiciones de vida en este espacio son las que más discusión generan. En este espacio, se abren las puertas a que los condenados, producto del estrés, aislamiento extremo, temor e incertidumbre respecto del proceso de su muerte, desarrollen lo que se conoce como “síndrome del corredor de la muerte” (enfermedad mental que se genera en los sentenciados mientras esperan día de su ejecución). 

El corredor de la muerte en la ejecusión de la pena capital en Japón, por ejemplo, se caracteriza porque la ejecusión de la misma puede producirce cualquier día a cualquier hora. Es decir, al condenado no se le indica qué día va a ser ejecutado, por lo que debe contemplar todas las mañanas que quizá ese día morirá o quizá no. Alguien que está sometido a esta incertidumbre por años, ciertamente está sometido a un trato cruel, inhumano y degradante. Situación similar se vive en los Estados Unidos, donde sí se conoce con mayor predictibilidad cuándo será la fecha de ejecución, pero la mera espera de la llegada de ese día también constituye per se un tormento psicológico.  

Por supuesto que en Ecuador no tenemos esta práctica, pero con frecuencia escuchamos, especialmente en tiempos electorales, propuestas inviables de instaurarla (fenómeno del populismo punitivo). También es importante tomar en cuenta que aunque nuestro régimen no contempla la pena de muerte, sí contempla las penas de larga duración (hasta de 40 años), y que esté tipo de penas también generan patologías en la psiquis de los privados de libertad. Por ello, aunque seamos un país abolicionsta en relación a la pena de muerte, no estamos exentos de tener un regimen penitenciario que puede resultar perverso en relación a la ejecusión de penas de larga duración y la salud mental de los sentenciados. (O)

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